Honda, Tolima, marzo de 2017
Quería actualizarte del pueblo de tus amores. Primero una advertencia, todo se ve como antes aunque en el fondo todo cambió. Como me imagino lo que quieres saber, me anticipo a tus preguntas: la plaza de mercado sigue intacta, los mismos colores, los mismos locales. Eso sí, me dijeron que hace unos meses se armó un bololó con vendedores informales que tenían invadido ese monumento nacional. No te preocupes, siguen vendiendo el salpicón que tanto recuerdas y puedo dar fe: sigue siendo una delicia. La cuesta de San Francisco ahora solo es de bajada, y Foto Venus, el local de fotografía donde te retrataron el día de tu primera comunión (mancha de salpicón incluida) ya no existe. El Paseo Bolívar con nuevo pavimento, aunque los Jassir y otros vecinos se quejan de los terminados, está igual a como lo viviste, salvo el cambio de color de las sillas de cemento.
Busqué la casa de tu tía Ana Rosa en Calle Nueva, donde de niña le ayudabas a hacer arequipe, las galletas María Luisa, repollas, galantinas de pavo, y cien colaciones más, y, según tus descripciones, la casa sigue igual. Imagino las camionetas llegando con cantinas de leche, los caballos con los atados de leña para cocinar, los pelaos recibiendo y entregando pedidos para repartir por toda Honda. Pienso en el radio que dejaban en el andén para que la tía creyera que tú y tus hermanas estaban afuera mientras se escapaban a Mariquita a comer helado.
¿Cuántas veces no me contaste de las fiestas del Club Deportivo cada 28 y 31 de diciembre? Con orquestas de verdad, no se bajaban de Pacho Galán o Lucho Bermúdez, y donde sólo podía asistir la alta y cerradísima sociedad hondana: los Soto, los Narváez, los Luna, los Bonilla, los López, los Stand, los Torres, los Arango, los Charry... Todavía te sigues riendo al contar el día que Rafael Montealegre se disfrazó de bebé, con pañal de tela, chupo y una tremenda barrigota, y así entró en un coche fabricado para la ocasión, ante el asombro de todos, a la reputada fiesta de disfraces.
Los que no clasificaban para el Club Deportivo (luego Club Social), o querían doble fiesta, se bajaban a la Sociedad de Empleados en El Carmen, también con una excelente orquesta. Sí, cuesta imaginar a la Honda que me cuentas y contrastarla con la de ahora. En tu juventud era una ciudad pujante, repleta de inmigrantes, con el puerto más importante sobre el Magdalena y estaciones de tren, la Cervecería Bavaria, que le daba trabajo a cientos de personas y movía canastas por toda la región, llena de trilladoras de café, con sucursales de todos los bancos y hasta con Banco de La República al lado del Puente Agudelo. No me lo has contado pero seguro tus papás vieron a los imponentes barcos de vapor David Arango y al Atlántico, que recorrían todo el Río Grande de la Magdalena hasta Barranquilla, y de vuelta.
Me contaste, eso sí, sobre los majestuosos hoteles de la época, el Ondama y el América. ¡El América! No se me olvida que ahí se conocieron tus papás, mis abuelos. Él llegaba en su caballo, desde la finca de la familia, cerca de La Dorada, y amarraba al animal afuera del hotel. Ella, la recepcionista que atendía a los huéspedes enlutada y con un embarazo a mitad del camino. El duelo riguroso terminó con boda en la Iglesia del Carmen e inició una relación poco aceptada para la época. Él era Arrázola Lombana y Nina Rubio, solo una hermosa joven de Guaduas. Del hotel queda más bien poco, solo la carcasa. Me cuentan, seguro no lo sabías, que el Hotel América fundó la industria hotelera en el país, y que inicialmente fue propiedad de “The Magdalena Navigation And Mining Company”, para que los empleados y viajeros tuvieran un albergue temporal, por allá por 1889. ¿Quién sabe a dónde fue a parar toda la cristalería, la vajilla de plata, la losa importada desde Checoslovaquia, y la máquina para elaborar Ginger? El mismo o peor destino tuvo el Ondama, ahora ocupado ilegalmente por unas seis familias. A los clubes se les acabaron los socios.
El tren corrió con la misma suerte, ese trayecto histórico entre Ambalema y Honda pasó a peor vida hace rato. Dentro de la estación Honda ahora vive una señora que trabaja para Ferrovías y dice que cuida la propiedad esperando a que el Gobierno la recupere. Quiero decirte que veo ese plan embolatado.
Ah, me contaron que el puente Pearson se vino abajo en febrero de 2006 por culpa de un dragado mal hecho en el Río Gualí. La avalancha que produjo la erupción del Nevado de Ruiz cambió el curso del río y lo hizo peligroso. Luego le metieron mala mano y ¡pum! El estruendo se escuchó en todo el pueblo. Lo indignante es que el alcalde de la época vendió un monumento de más de cien años como chatarra. Vieras la cara de la gente cuando habla de eso.
El “progreso” acabó con el amado pueblo de tu niñez, o casi lo acaba, ahora te cuento las buenas noticias. La navegación por el Río Magdalena quedó a un lado, y la época de los vapores llegó a su fin. El tren, que desplazó al río, también cayó en el olvido. Las carreteras evitaron a Honda, acabando con su importancia comercial. La gente se fue y hoy casi todos viven del rebusque.
Pero te cambio el tema para que no te dé tristeza. De las ruinas de esa pequeña pero cosmopolita ciudad, hoy veo que nace un interés por revivirla. El turismo parece la salvación. Las casas del casco histórico fueron compradas y restauradas por gente de afuera, la señalización turística se ve por todas partes y ahora Honda está incluida en la red de pueblos patrimonio de Colombia, son sólo 17. No es un dato menor, hay muchas personas que tienen como plan visitarlos todos (Mompox, Barichara, Villa de Leyva, Santa Fe de Antioquia...).
Veo a varios turistas con cámara en mano por la colonial Calle de las Trampas; merodeando la casa donde pernoctaron los Virreyes de España desde 1763; atravesando la estructura cantiléver de cornisa del Puente Navarro (primer puente de Sudamérica, de los mismos creadores del Golden Gate, en San Francisco), y hasta visitando con mucho interés la casa donde nació Alfonso López Pumarejo. El Museo del Río Magdalena, alguna vez bodega de mercaderes que atracaban y zarpaban en canoas, piraguas y bergantines, también tiene su fanaticada.
Y es que el río también está reviviendo. Hay planes para navegar entre los puertos de Caracolí y Arrancaplumas, mientras otros comen nicuro, bocachico o bagre que trae la subienda. Ah, la subienda ya hace parte de un carnaval de unos cuatro días para atraer al turista. Con reinado y comparsa incluidos.
Además, me contó el alcalde que tiene una cantidad de planes para meterle la ficha al turismo, no sé si lleguen a buen puerto, pero Juan Guillermo Beltrán es un tipo joven con mucho cariño por Honda. Esperemos.
Por último, quiero que vengas, y vengas muchas veces, ya no en la Studebaker modificada de mi abuelo, pero que vengas a recordar y a construir nuevos recuerdos. Ojalá conmigo, tu hijo.
*Este viaje fue posible gracias a una invitación del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y Fontur
Tomado de:
http://www.eluniversal.com.co/suplementos/facetas/mama-asi-esta-el-pueblo-que-tanto-amaste-247855