domingo, 24 de marzo de 2013

El pescador más viejo de Honda Por Simón Posada Tamayo


A sus 82 años, Miguel de los Santos Prada puede decir que ha pescado en todos los ríos de Colombia.

Miguel de los Santos Prada, el pescador más viejo de ese puerto olvidado del Magdalena, describió con toda naturalidad una imagen que sólo podría hacer parte de una película. Y no de cualquier película. Quizá de Apocalypses Now. O de Holocausto Caníbal. O de un libro, El corazón de las tinieblas. O de Meridiano de sangre. O, incluso, uno podría pensar de inmediato en uno de los grabados que Gustave Doré hizo sobre el viaje de Dante por el Infierno. Sus historias en los grandes ríos de Colombia -del Amazonas al Magdalena- se pueden clasificar con ese término manido del realismo mágico, de los tiempos en que "el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".
-¿Cuál ha sido la ocasión en que ha sentido más miedo en los ríos de Colombia?
Una vez, más abajo de Badillo, en el departamento de Magdalena, llegamos a un retén llamado Paloblanco, y nos encontramos con que las piedras que se veían en la orilla del río eran calaveras de seres humanos, y se movían con las olas que hacía el barco.
-¿Calaveras humanas? ¿De quién?
Yo creería que eran cabezas de liberales. El país estaba manejado por un régimen conservador y ellos se inventaron eso, las decapitaciones, y el corte de franela [Harvey, uno de los estudiantes, que también es pescador, a sus catorce años, hizo en ese momento un signo de horror cuando vio a Miguel cortarse el cuello con su dedo índice]. En esa época -1955- decapitaban a la gente y la tiraban al río. Era un pedregal de cabezas. Durante cinco, diez minutos, navegamos delante de calaveras en la orilla. Eso era una escena espantosa.
-¿Y usted era liberal o conservador?
Liberal, porque mi mamá me enseñó así. Ella se vestía de rojo, hablaba muy bien en público. Todavía recuerdo una moña grande roja que se ponía en la cabeza para ir a votar. Hoy en día ya no soy nada.
-¿Por qué dejó de ser liberal?
Porque los políticos fueron los que se inventaron el sicariato.
-¿Y alguna vez corrió peligro por sus creencias políticas?
Sí, a mí me desplazaron. Mi mamá ya había muerto y yo vivía con unos amigos, la familia Díaz, en Yeguas, aquí cerca de Honda. Todo pasó una noche: estábamos pescando en la orilla. Hacíamos un lance, poníamos el chinchorro [-que es una especie de red de hasta 350 m de largo-] y nos echábamos a dormir un poquito. Pero de un momento a otro oímos un quejido y un tropel de gente en la orilla, río abajo. Alguien nos gritó "están matando a Víctor Triana", otro pescador liberal. Entonces nosotros fuimos a la casa, sacamos a los viejitos que vivían con nosotros, y nos escapamos a La Dorada en las canoas. Allá llegamos sin ropa ni nada.
-¿Cuántos días estuvieron en La Dorada?
43 días, hasta que decidimos regresar a la casa a ver qué podíamos rescatar de comida y de ropa. Eso fue pavoroso. Llegamos a la casa y los animales lo veían a uno y salían corriendo de huida. Para coger cuatro gallinas nos tocó matarlas a garrote, y un pisco.
-¿Por qué huían los animales?
El animal se vuelve silvestre al sentirse solo. Ya 45 días aguantando hambre los animalitos, sin verlo a uno, eso es natural. Y le cogen miedo a los humanos.
-¿Qué perdieron?
Nosotros decíamos que éramos ricos en esa casa, porque no nos faltaba nada. Teníamos pescado, plátano, de todo. Y cada ocho días íbamos a vender nuestras cosas para comprar lo que no podíamos producir: café, sal, cebolla, arroz, azúcar, panela.
-En esa época no había aceite. ¿Cómo cocinaban entonces?
Usábamos el aceite del pescado. Abríamos el pescado, le sacábamos las vísceras y le quitábamos con cuidado la grasa, los gordos. Eso lo freíamos y lo guardábamos para cocinar. Todo termina por saber a pescado, el arroz, el huevo.
-¿A qué edad empezó a pescar?
Empecé a los doce años. Me llevaban al río de "corinche", así les decían a los cocineros de los pescadores, porque así también les decían a los cocineros de los obreros que construyeron el ferrocarril.
-¿Usted recuerda el primer pescado que sacó en su vida?
Yo no me acuerdo, porque no saqué uno, sino muchísimos. Pesqué fue cantidades. Lancé la atarraya y en el primer lanzamiento agarré doscientos nicuros, esos pescaditos chiquitos que preparan en sudado. Mi primer día de pesca fue en una subienda. Éramos seis pescadores en tres canoas, y nos vinimos de Flandes a un sitio lejos, río abajo, hacia un lugar llamado Bizcochuelo.
-¿Cuál ha sido el pescado más grande que ha tenido entre las manos?
Muchos. Un día ayudé a sacar un valentón en el Putumayo, que también se conoce como bagre laulau, que puede llegar a pesar 300 kg. También saqué un pirarucú, en el Amazonas, de ocho arrobas [cien kilos]. Cerca de Leticia llegué a ver pirarucús de 24 arrobas [trescientos kilos]. Pero con anzuelo, que uno pueda decir que haya peleado con el pescado, fue un bagre de 76 libras, aquí en Caracolí, donde quedan las bodegas de pescado de Honda. Duré luchando con él de quince a veinte minutos. El bagre se cansa rápido. Ese animal jala duro, entonces hay que aflojarle el nylon y recobrárselo hasta cansarlo. Eso es un manejo: jale y afloje. Y si él jala uno lo afloja, y si afloja, uno lo jala, hasta que el pez se cansa y termina en la canoa.
-¿Con qué pescaban en esa época?
Con anzuelo, con chinchorro, que es una red larga, y con atarraya.
-¿Cómo era su ropa de trabajo?
En esa época no se usaban pantalonetas de baño, sino chingas, una franja de tela que uno amarraba con un nudo de la misma tela. Era una especie de falda abierta por abajo. Y las mujeres usaban chingue, que era un vestido largo, entero. Pero ellas no pescaban.
-¿Alguna vez ha estado a punto de morir en el río?
Yo tuve tres o cuatro naufragios buenos, en los que perdí todo. El más fuerte fue allá mismo donde me iban a matar por liberal, en Yeguas, como a la una de la mañana. No nos ahogamos porque no era el momento de morir. Íbamos en una canoa, y en ese punto había una moya (un remolino). Nos levantó la canoa y nos tocó echar brazo, encontramos cada uno un pedazo de palo y nos montamos ahí hasta poder llegar a la orilla.
-¿Lo salvó el Mohán? ¿Usted lo ha visto?
No, no me salvó el Mohán, pero yo sí lo he visto muchas veces. Lo tuve de cerca, dígase, por ahí a unos quince metros. No nos esperó más.
-¿A quiénes no los esperó? ¿Usted iba con más gente?
Sí, éramos una cuadrilla de pescadores con un chinchorro. Yo no sé para qué nos esperaba, para que lo viéramos posiblemente, porque cuando ya nos le íbamos arrimando mucho se lanzó al río.
-¿Cómo es el Mohán?
El Mohán es una persona. Lo vimos acurrucado en un peñón. Es de color rojizo, de pelo muy mono, le brilla el pelo como le brilla el oro. Es muy velludo. Y lo vimos varias veces, ahí, en el mismo sitio, y a veces él se portaba repelente con uno. Uno veía el cardumen de pescado y le echaba la red y no cogía nada, hasta que uno se cansaba. Yo no sé por qué él hacía eso, no sé si era jugando o era peleando. Pero después de joderlo a uno y mandarlo a la casa cansado y sin plata, uno volvía al otro día y con un solo lance ya sacaba la pesca de un día.
-¿Qué otros personajes vio además del Mohán?
A la Patasola. ¡Yo la vi! Yo vi a la hembra. Yo iba en compañía de otro amigo, que era muy buen amigo conmigo, pero era muy irrespetuoso, muy atrevido con las mujeres. Él pasaba al lado de una y tenía que manosearla. Esa noche salimos del cine y nos fuimos para una taberna. Estaba todo claro, porque se veían todas las luces del pueblo, cuando de pronto salió una muchacha alta, con vestido negro. Él de una vez me dijo "¡huy!, hay ganado nuevo". Yo me paré a la derecha y comencé a insistirle, "camine hombre", pero no y no, y cuando ella intentaba venirse por acá, él le salía al encuentro, y ella se devolvía, y en ese ajetreo yo me cansé de convidarlo y lo dejé.
-¿Cómo era su cuerpo?
A mí me pareció muy bonita, tenía un cuerpo muy escultural. Dicen que la Patasola no camina, sino que anda por el aire. Pero yo no vi cómo se movía. Para serle sincero, yo estaba embelesado mirando el tipo de mujer. ¡Es que era una mujer muy esbelta! Pero bueno, yo me fui, me tomé unas Bavarias, amanecí, y al otro día el papá del muchacho vino a preguntarme por él. Yo le di todas las explicaciones y nos fuimos a averiguar. Estaba en el hospital estaba. Lo encontraron cerca de donde construyeron a Bavaria en Girardot, en una trocha. Le cuento que eso daba pavor mirarlo. Le arañó todo el cuerpo. Yo supe toda la historia. Él estuvo siete días inconsciente y me contó todo cuando despertó. Tenía la ropa despedazada. No le dejó parte sana, hasta la cara se la desfiguró por completo. Agarraba las matas y con eso le pegaba.
-¿Cómo era la cara de la Patasola?
Mi amigo me contó que estuvieron ahí mucho rato, correteándose, hasta que ella se le arrimó y se le reveló. Se transformó en una calavera, en un monstruo. Él se acuerda que ella arrancó una mata y lo agarró a cuero y le dijo "esto es para que respete a las mujeres".
-Bueno, con esas historias tan sorprendentes que cuenta del pasado, supongo que es difícil que se sorprenda con cosas del mundo moderno. De todas formas, ¿cuénteme cuál es el invento que más le sorprende?
La televisión, que es la diversión más popular que hay en nuestro país, y también la corrupción más grande.
-¿Por qué?
Hay programas buenos, pero muy poquiticos. De cultura. Yo por lo menos no soy capaz de mirar novelas. Sólo Café con aroma de mujer, La hija del Mariachi, y ahí está el detalle, a la juventud no le gusta eso, donde no haya violencia, donde no haya plomo, donde no haya nudismo.
-¿Y qué sabe usted del Internet?
Con el Internet yo he visto tres, cuatro, cinco jóvenes entre niñas y niños, jóvenes, muertos de la risa viendo un programa a la una de la mañana, muertos de la risa... ¡Miran PORNOGRAFÍA!, miran cómo se hace el amor de mil maneras.
-¿Cuál fue la primera mujer que vio desnuda?
M. S. P.: Una china llamada Yineth. No sé si está viva. Eso fue por ahí entre los 17 años.
-¿Qué le gustó de ella?
De ella me gustó todo. Desde su manera física hasta su manera de ser. Era una muchacha de 1.60 mts de estatura, fornidita, trigueña, de pelo muy largo, muy abundante de cabello, negro. En ese entonces la mujer toda, por naturaleza, por lo general eran muy abundantes de cabello.
-¿Recuerda a qué olía?
Olía a mujer.

Por Simón Posada Tamayo.

Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha de publicación
17 de octubre de 2012
Autor
Por Simón Posada Tamayo.
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Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12309694

domingo, 17 de marzo de 2013

Honda, según Santa Gertrudis (Biblioteca virtual Banco de la República)


Honda
  • De Santa Gertrudis, Fray Juan. "Maravillas de la Naturaleza". Bogotá. Biblioteca V Centenario Colcultura – Viajeros por Colombia. 1994.
"La real villa de Honda está fundada en una loma de bastante alto. A mano izquierda tiene el río de la Magdalena, que todavía en Honda es río muy grande, como se podrá hacer el cálculo, sabiendo que de Honda para la ciudad de La Plata le entran 23 ríos grandes como anotaré adelante. A mano derecha tiene el río Gualí, río que nace del páramo de Guanacas y pertenece a la cordillera. Este río es tan frío como el agua nieve bien fría. Es río que no se puede navegar porque tiene mucha corriente, pero él es bastante grande, y siendo así que allí al pie de la loma se junta con la Magdalena, con todo, a media legua de río abajo, ya la Magdalena con su calor le quitó toda la frialdad. Tiene la villa mucho comercio, porque todo lo que de España va a Cartagena por precisión ha de subir por la Magdalena a Honda para internarse tierra adentro en todo el Virreínato de Santa Fe. A Honda es que bajan a emplear para su comercio los mercaderes. No tiene la villa más que la parroquia, nuestro convento, el de San Juan de Dios, y de la otra parte del río Gualí en donde está el puerto y la tercera parte de la villa, había un colegio de jesuitas, que entonces se fabricaba de nuevo.
Fuera de la villa, al canto, tiene una loma algo más alta, adonde a la tarde se va a tomar el fresco, y en ella empieza una pampa de pajonal muy bello con sus manchones de monte, que tiene 7 o 8 leguas, llano todo como la palma de la mano, y de ancha tiene tres leguas y media o 4. A estos llanos así de pajonales llaman allá sabana. Para apero de los pasajeros y mercaderes hay allí dos providencias muy buenas. La primera es la fábrica de las petacas. Petaca llaman a unos cajones que allí se fabrican de cueros, de a vara de largo poco menos, y en proporción de ancho y alto. Allí un cuero no vale sino medio real; pero un par de petacas, forradas o de cañas o de cuero, vale 4 pesos, y hay de 6 y 8 pesos conforme las labores que les echan. Aperarse de ello se hace allá preciso, porque los baúles son difíciles de cargar, ya por la incomodidad de la bestia, que siempre lo rehusan los arrieros, y cuando se haga preciso, no puede una bestia cargar más de uno por las estrechuras que hay en los callejones de los caminos; y ya también por la fragosidad de las cuestas en subidas y bajadas muy pendientes y peligrosas. La segunda es: que de la ciudad de Neiva, y de todos aquellos lados, bajan todo el año muleros con partidas de mulas, ya de carga y ya de silla. Arránchanse en aquellos llanos, en donde tienen en los pajonales comida para las mulas, sin que cueste nada, y los caporales se vienen a Honda a buscar cargas o pasajeros, y este es su comercio. Y como toda su vida emplean en esto, salen teólogos de primera clase (…)"..
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Tomado de:
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/exhibiciones/monu/viaj_c07.htm

jueves, 14 de marzo de 2013

Honda, una joya de la arquitectura Por Margarita Barrero Fandiño


Hombres de ciencia y abolengo pisaron las calles empedradas de Honda para hacer historia en los siglos XVIII y XIX; esa fue la época de gloria de este pueblo, que todavía conserva caminos de herradura enmarcados en callejones de casas coloniales al estilo español.

Su pasado comienza a desempolvarse con una caminata por la calle de Las Trampas, legendaria no solo por su forma de zigzag sino porque fue un paso obligado para el ejército de Bolívar y también el camino atravesado por las mulas que cargaban hasta Bogotá la comida que llegaba de los barcos de vapor provenientes de Barranquilla, Cartagena y Santa Marta. "Esta calle también buscaba evitar la entrada de los piratas de agua dulce y, por eso, ni siquiera el prócer José Antonio Galán pudo tomarse el pueblo", recuerda Tiberio Murcia Godoy, presidente del Centro de Historia de Honda.
El recorrido histórico también lo lleva por una calle que parece un embudo, la del Sello Real, en la que se recaudaban los impuestos en la Colonia. Camino al río Magdalena están los arcos de lo que fue el acueducto de la época, seguidos por el puente Navarro, un bien de interés nacional recién restaurado y que, según se dice, fue construido por la misma compañía del Golden Gate, en California (EE. UU.). Por esta zona, que perteneció a los indígenas marquetones y gualíes, pasaron exploradores como Alexander Von Humboldt y José Celestino Mutis, y sus pobladores se sienten honrados porque de sus tierras salieron hombres de honor como el cofrade Alfonso Palacio Ruda, el dos veces presidente de la República Alfonso López Pumarejo, cuya casa hoy es un museo, y Alejo Sabaraín, un patriota que pasó a la historia por su estrecha relación con la Pola, heroína de la Independencia. En la noche, cuando todo está en silencio, es el mejor momento para recorrer estos laberintos.
Cuentos de pescadores .
De día, el pueblo les pertenece a los pescadores porque el desarrollo de Honda ha estado ligado al Magdalena, vía por la que llegaban los barcos de vapor con ropa y víveres como la quina, el añil y el tabaco, cuyo destino era Bogotá.
Eso la convirtió en la tercera ciudad más importante en el siglo XVIII, después de Cartagena y la capital del país.
Ahora, más de 3.000 pescadores usan el cóngolo (un colador gigante), la canoa, la atarraya o el sistema de camas para lograr la pesca del día. En cualquier momento se les ve trabajando a orillas de ríos como el Gualí y el Magdalena, donde están el alma y el corazón de los hondanos, que, desde hace más de 40 años, celebran el Carnaval de la Subienda -la mejor época para la pesca-. Este festival se organiza durante las dos primeras semanas de febrero con competencias de canotaje y se premia la mejor preparación de viudo de pescado; también hay bailes a la orilla del río y reinas populares. "En época de fiesta llegaban poderosos hombres para conocer el afamado prostíbulo de La Pilda Rica. Tenía mujeres hermosas de todo el mundo y solamente entraban hombres de estratos muy altos", cuenta el pescador Hugo Granados, nacido y criado a la orilla del río, quien además fabrica atarrayas, que vende, en promedio, a 100.000 pesos.
Él también recuerda a Concha La Marcha, "una mujer que tiraba bulto como un hombre" y que tenía fama de hacer los mejores tamales y las lechonas en El Coscorrón. Ya no existe este restaurante ni sus delicias; ahora el plato que caracteriza a Honda es el caldo de cabeza de bagre, en el desayuno, o el viudo de pescado, en el almuerzo, que se consiguen en la plaza de mercado, otra joya arquitectónica de estilo grecorromano construida en 1835.
Allí mismo, entre los puestos de frutas, se encuentra el 'salpihelado', un postre de frutas con jugo de papaya y helado, perfecto para el calor sofocante de Honda. .
Otras buenas atracciones.
Con la asesoría de un guía, puede caminar por senderos que lo llevan a unos petroglifos en la vereda Perico. Muy cerca, por el lado de la cordillera Central, se encuentra el río La Miel, visitado por los 'hippies' en los 70, que en épocas secas tiene un color que le hace justicia a su nombre.
En la noche, uno de los bares más destacados es Iguana Azul (carrera 12 No. 14- 23, piso 4). Queda al aire libre, en el cuarto piso del hotel; allí se goza de una fresca brisa, y puede tomar cocteles, tragos y cervezas desde $ 3.000.
Si usted va.
Hay dos formas de llegar desde Bogotá: por la calle 80, por la vía que pasa por Guaduas y Villeta. No es recomendable en temporada lluviosa debido a los derrumbes. También se puede por la vía a Ibagué, pasando Alvarado, Venadillo, Lérida, Armero, Guayabal y Mariquita. Esta ruta es más demorada. Honda queda a 142 kms de Bogotá y limita por el norte con Caldas, por el occidente con Mariquita, por el oriente con Cundinamarca y por el sur con Armero Guayabal
Publicación
eltiempo.com
Sección
Viajar
Fecha de publicación
17 de mayo de 2012
Autor
MARGARITA BARRERO FANDIÑO.
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Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-5428737

Las Memorias de Honda Por Diego Guerero


En medio de un calor sofocante, el río Magdalena recibe el caudal del río Gualí, que baja del Nevado del Ruiz con aguas refrescantes.

Desde 1620 en ese punto del Tolima se levanta Honda. Hoy, luego de haber tenido días de gloria, cuando era el puerto más importante sobre el Magdalena, por el que fluían las riquezas de los colonizadores hacia Cartagena, se plantea la posibilidad de aprovechar su arquitectura colonial.
A los hondanos no les gusta que se les compare con Cartagena, aunque para muchos es inevitable. “Honda es Honda y Cartagena es Cartagena”, sostiene Tiberio Murcia Godoy, docente experto en la historia de la Villa de San Bartolomé de Honda.
En la Colonia, la vena que llevaba el oxígeno a esta ciudad de más de 40 puentes era el río. Algunos habitantes cuentan que por la Calle Real, la Cuesta Larga, la Cuesta de la Popa, la Calle de las Trampas o el puerto de Caracolí pasaron los enviados de la corona española, los sacerdotes y monjas, las almas en pena, el ejército realista, las bestias con cargas de oro y plata para ser embarcadas en Puerto Gallote hacia Cartagena y hasta José Celestino Mutis con su Expedición Botánica.
Una libertad no muy querida Los que no tuvieron mucha acogida por esas tierras, por lo menos no al comienzo, fueron los propulsores de la libertad americana.
“Honda era muy realista. Aquí se proclamaron (promesa de fidelidad) dos reyes de España, uno de ellos Fernando VII”, dice Murcia, Esa posición frente a la metrópoli era algo apenas entendible, pues la villa era pujante como punto de embarque de riquezas y con un camino real que conducía a Santafé de Bogotá.
“José Antonio Galán ni siquiera pudo tomarse Honda. Él libertó esclavos en Guaduas y Mariquita, pero aquí no pudo”, recuerda el experto.
Honda estaba bien protegida: “En el sector de El Retiro salió una turba en favor de Galán. El ejército los dejó pasar la Calle de las Trampas, la de La Broma, el puente de San Francisco, pero en la Calle del Palomar los rodearon, los mataron y los tiraron al río”, relata Murcia.
Pero en un lugar rodeado de la selva, donde la vida brota por todas partes, el amor no es cosa rara. Mutis, que acostumbraba parar a descansar, contrató como escribano a Alejo Zabaraín, nacido en Honda. Él, además de querer la ciencia, cayó prendado de una mujer que sería la gran heroína de la población vecina Guaduas: Policarpa Salavarrieta.
En Honda hay un cerro que se llama Cacao Empelota, que aún es un gran lugar para ver el Magdalena y hasta los nevados. Su nombre surgió por esos giros curiosos del lenguaje. Según cuentan, allá sembraban cacao en bellota, es decir en bola, lo que derivó a Cacao Empelota. Lo que sí llegó por los puertos de Honda (llegó a tener siete) fue la Reconquista. “Esto era un nudo clave y unos y otros lo querían. En 1816, Pablo Morillo se tomó el puerto de Caracolí y Puerto Gallote, y de allí fueron al casco urbano donde cogieron a José León Armero (presidente de la República independiente de Mariquita) y a Antonio Villavicencio, cuando vino a defender la población”, remata el profesor.
Claro, por el puerto pasaron huyendo, tres años después, los españoles, entre ellos el ex virrey Juan Sámano. Según una placa en Honda, por allí también pasó Simón Bolívar en plena campaña libertadora. La última vez que lo hizo fue rumbo a Santa Marta, donde murió.
- Enriquecer la historia Como parte de la conmemoración del Bicentenario, el Ministerio de Cultura impulsa en 19 municipios de 18 departamentos del país los Centros Municipales de Memoria. Se trata de una estrategia para recuperar y registrar lo que ha sucedido en las poblaciones y comunidades, con el fin de que pueda ser difundido. La idea es motivar a las personas para que valoren la historia personal, familiar y local, y así tener un registro que enriquezca la historia oficial. En Honda, el Centro se enfoca en acciones alrededor de su casco histórico y del río Magdalena. Llevan a cabo programas como el de ‘Museos familiares’, que son casas en las que existen objetos de uso cotidiano con valor histórico; ‘Narrativas locales’ en el que se convocó un concurso para contar historias conocidas a partir de la narración oral, y los ‘Conversatorios sobre la Villa de San Bartolomé’, para mantener vigente la discusión sobre la memoria como forma de desarrollo del municipio
Publicación
eltiempo.com
Sección
Cultura y entretenimiento
Fecha de publicación
28 de marzo de 2010
Autor
DIEGO GUERRERO CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
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Tomado de:

http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-3899893

Puente Navarro,, 100 años de historia


Quienes han tenido la oportunidad de viajar por todo el mundo y conocer las joyas arquitectónicas de las grandes ciudades, están de acuerdo en que el Puente Navarro de la ciudad de Honda, no tiene nada que envidiarle a aquellos monumentos históricos de Europa, Asia o Estados Unidos.

El Puente Navarro, ubicado al oriente de la Ciudad de los Puentes, en el barrio Pueblo Nuevo a sólo 200 metros de la zona colonial fue elevado a la categoría de Monumento Histórico nacional el 10 de mayo de 1994, mediante Decreto 936, gracias a sus méritos técnicos y estéticos y la relevancia que para la historia Nación al ha tenido esta importante obra de ingeniería.
Desde tiempo atrás los gobiernos habían concedido permisos para la construcción de vías y líneas de ferrocarril, pero sólo el 27 de agosto de 1892, mediante la Ley 6, el Congreso de Colombia autorizó al Gobierno de Miguel Antonio Caro, la construcción de un puente de hierro sobre el río Magdalena, construcción que recayó en la persona de Bernardo Navarro Bohórquez, mediante concesión con cobro de peaje por 99 años.
Narran los cronistas que la primera piedra fue colocada el 13 de junio de 1894, que su construcción se terminó el 24 de diciembre de 1898 y que de acuerdo con la tarjeta de invitación, fue inaugurado el 16 de enero de 1899, un día especial Bernardo Navarro, quien cumplía 52 años de vida.
La creación de un boyaco Navarro Bohórquez había nacido en Tunja el 16 de enero de 1847. Hijo de Cándido navarro y Caya Bohórquez, este boyacense mantenía un espíritu conciliador y que sobresalía de su fuerza de trabajador incansable y tenaz. Luego de muchas vicisitudes llegó a Honda en 1874 donde se radicó con su familia. Viajó a Europa y su trabajo y abnegación en el trabajo le inspiraron a hacer el primer puente metálico del país y de América del sur.
El puente tiene una estructura de hierro y acero del tipo llamado Cantilever de cornisa, con una longitud de 167.65 mts, 5.20 mts de ancho y una altura de 18.30 mts sobre el río. La estructura fue adquirida a la compañía San Francisco Bridge Company de Nueva York, a través de gestiones hechas por Norman J. Nichols.
El precio del puente ha sido calculado en cien mil pesos oro americano, comunica a Honda con Puerto Bogotá en Guaduas, Cundinamarca. En un principio había que pagar un peaje que cobraba Lucio Rodríguez en Cundinamarca y Pascasio Medina en Honda. El precio estaba dado de acuerdo a la carga. Se pagaba en cuartillos, una moneda más pequeña que la de centavo.
El próximo 16 de enero, la alcaldía rendirá un homenaje a su principal joya arquitectónica, orgullo de los colombianos.
Colaboración, Tiberio Murcia
Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha de publicación
6 de enero de 1999
Autor
NULLVALUE
.
Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-877042

Honda no pierde la Gracia por Tiberio Murcia Godoy (Periódico El Tiempo)


La ciudad de los puentes, de los peces, de las palmas, cuenta dentro de su acontecer histórico con cuatro efémerides. Descubrimiento, ocurrido a inicios de junio de 1539, por Gonzalo Jiménez de Quezada, Sebastián de Belalcázar y Nicolás de Federmán. Conquista en 1540, por Sebastián de Maldonado. Erección en Parroquia de Blancos de San Bartolomé, 24 de agosto de 1620 y erección de Parroquia de Blancos de San Bartolomé, 24 de agosto de 1620 y erección en Villa el 4 de marzo de 1643, título concedido por el Rey Felipe IV.
 Lo que la ciudad de Honda conmemora este miércoles 24 de agosto, son 374 años de la erección en parroquia de blancos de San Bartolomé. Que según el historiador Roberto Velandía, secretario de la Academía Colombiana de historia en su libro La Villa de San Bartolomé de Honda, tomo I Editorial Kelly, página 143, reza: En 1620, procedente de Santafé de Bogotá, de paso por las ciudades de Remedios, Antioquia, Cáceres y Zaragoza llegaron los padres José Alitran y Vicente Imperial, y como acababan de quedarse sin cura por la muerte de Fray Gonzalo de Vera, de los Franciscanos, quienes administraban el curato de indios y negros, y también a los vecinos y españoles, éstos pidieron a aquellos quedarse. Estaban ocasionalmente en Honda el corregidor de Mariquita don Martín de Ocampo, quien junto con el capitán Ruiz Díaz de Aguilar, juez de Canoas, y Juan Rodriguez de Berrío, juez del puerto, y otros vecinos les pidieron insistintemente hacerse cargo del curato. Y tanta fue que el padre Vicente Imperial decidió regresar a Santafé a comunicarle a su rector, por el camino a Guaduas se encontró con el Presidente Juan de Borja, que iba para Mariquita, a quien informó de la propuesta y éste la autorizó de inmediato, luego siguió a Tunja a pedírselo al Arzobispo Fernando Arias de Ugarte, quien le respondió -no sólo esta doctrina sino todas las del Arzobispado- Al efecto en agosto de 1620 fueron nombrados párrocos los padres Pedro de Ossad y José Alitrán .
 Hoy en en día lo que fuese la parrroquia de San Bartolomé de Honda, su capilla ha sido convertida en catedral, con el nombre de Catedral de Nuestra Señora del Rosario, cuyo párroco es el padre Jaime Bonilla Rengifo. Honda no ha perdido la gracia de ciudad colonial, con sus imponentes cerros, como el Cacao en Pelota, Palacios, Triunfo. Sus calles de El Rero, Real, El Remolino, Paseo Bolívar, Alto de la Popa, Rincón Guapo, Mala Crianza, Quebrada Seca. Cuestas Míster Owen, Zaldúa, Larga, San Francisco, Alto de San Juan de Dios, la majestuosa plaza de mercado, el Convento de La Popa, el acueducto colonial, Calle de Las Trampas, La Casa del Virrey, del Marqués, sus balcones coloniales, plaza José León Armero, plaza de las Américas, plaza del Carmén, plazoleta y cuartel La Ceiba, Museo del Río, museo Alfonso López Pumarejo, y disfrutar de las aguas cálidas y medicinales de quebrada Seca y la Noría, las azufradas del Gualí, las frías del Sabandija, Guarino y Padilla en la Picota. Esto y mucho más hacen de Honda un paraíso inimaginable en el norte del Tolima y centro de Colombia, al cual usted ustá invitado a conocer. Por esto, la Honda de los 455 años de su descubrimiento, 454 años de su conquista, 351 años de Villa, se apresta a conmemorar una fecha más en su larga trayectoria, aborigen, colonial, republicana y actual. Son ahora 374 años de erección en Parroquia, una fecha que une más a Honda, con el Tolima y a Colombia con su pasado.
(*)Guía turístico Honda
Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha de publicación
24 de agosto de 1994
Autor
Tiberio Murcia Godoy *
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Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-213840

Honda y Guaduas del libro "Veinte meses en los Andes" de Holton, Isaac Farewell, 1912-

Después del desayuno empezamos el ascenso lentamente y llegamos a Las Cruces, donde un viajero con más experiencia se hubiera detenido a desayunar mucho mejor que yo, solo que habría perdido dos o tres horas. Además en las posadas de los caminos se corre siempre el riesgo de encontrar una despensa pobre, con el agravante de una mala cocina. Preparar uno mismo la comida es muy aburrido, pero comer en las casas del camino es incómodo, demorado y caro. El ideal para el viajero sería que inventaran la forma de hacer galletas de carne o carne deshidratada. Por ahora mi consejo es que la persona que vaya a viajar de Honda a Bogotá consiga antes de salir provisiones para cuatro días, llevando de todo menos azúcar, chocolate y agua.
Después de salir de Las Cruces el camino es casi plano durante un trayecto bastante largo y entonces decidí entregarle la mula a Gregorio para sentirme más libre. Caminando pasé debajo de una enredadera bignoniácea, llena de flores moradas, que me encantaría ver en Nueva York.
Encontré también una planta de hojas tiesas y espinosas, parecidas a las de la pita. Las hojas de adentro son rojas y rodean un manojo de flores de seis pulgadas de diámetro que se convierten luego en numerosas frutas del tamaño de un dedo. Se llaman piñuelas, son de las más deliciosas que se dan en el país y de las más dulces del mundo, pero al mismo tiempo tienen un sabor ácido muy agradable. La piñuela tiene el inconveniente de que hay que pelarla y las manos quedan pegajosas, además tiene demasiadas semillas. El nombre científico es Bromelia Karatas y dicen que sus semillas fueron originalmente la medida del quilate de oro. La planta forma cercos prácticamente impenetrables y abrirse camino con el machete hasta el centro de ella, donde están las frutas, desanima a cualquiera. Para cogerlas, los muchachos a veces cavan unas especies de trincheras de seis y ocho pies de largo para arrastrarse debajo de las hojas, proeza que me pareció digna del Barón Trenck. Hay otra especie de la misma familia que da frutas tan ácidas que ampollan los labios, pero no le sé el nombre, y en las Indias Occidentales conocí otra especie, laBromelia Pinguin, cuyas flores crecen en espiga y no en la base de las hojas. Después vi una acedera que me hizo recordar nostálgicamente a mi patria.

Empezamos luego a ascender más rápidamente y la vista desde las montañas era imponente. Por primera vez desde que salí de Nueva York pude darme el lujo de tomar agua fría. Por fin terminamos el ascenso del día, momento tan temido como esperado, y allí estábamos en el Alto del Sargento, a 4.597 pies sobre el nivel del mar. Honda, a 718 pies, está 3.879 pies más abajo, y para llegar a Guaduas hay que bajar 1.000 por una serranía que tapa la vista del Magdalena. Despedirme de mi tierra no me costó ni una lágrima; más me afligió ver desaparecer, en el crepúsculo, el mástil del barco que me trajo a la Nueva Granada, y todavía más perder de vista las chimeneas del vapor del Magdalena en una vuelta del río; pero ahora estaba a punto de cortar el último eslabón que me unía a todo lo que más apreciaba en la vida. Me bajé de la mula y contemplé el inmenso valle a mis pies. El río serpenteante y de aguas cobrizas se veía tan nítidamente que si hubiera habido un vapor, desde este sitio lo habría podido ver avanzar durante dos días seguidos sin perderlo de vista ni por media hora.
Por todas partes había selva virgen, exactamente como cuando llegaron los primeros conquistadores. ¡Cuánta riqueza vegetal, para no hablar de mineral, ha quedado inexplorada por más de trescientos años! ¿Y cuánto tiempo habrá que esperar para que alguna industria progresista envíe maderas valiosas por el Magdalena y se empiecen a sembrar naranjales y platanales en las laderas? En la distancia se veía una colina suave toda cubierta de selva primigenia. Posiblemente nadie había bebido las aguas de sus manantiales, ni nadie había aprovechado el arroyo que corre a sus pies, tan propio para mover un molino.
En ese momento me sentí como en el umbral del destino, sin saber qué me depararía el futuro y me pregunté cuántas alegrías y tristezas habría en mi pecho cuando volviera a este punto, de regreso a la patria, y mirara el río por el que tendría que recorrer seiscientas millas para llegar de nuevo al hogar. Sentí la incertidumbre de no saber si sobreviviría a los peligros del camino, los precipicios, las culebras escondidas, y sobre todo no tenía la certeza de poder resistir la seducción de los vicios sajones y no sajones que tan a menudo llevan a su perdición al cuerpo y al carácter.
Tiempo después (1), queriendo contemplar el paisaje de nuevo, regresé al mismo sitio pero todo estaba nublado, y bajo las nubes, en el valle, había dos bandos hostiles esperando enfrentarse en conflicto mortal para decidir quién controlaría el Magdalena, y en ese momento el temor ante el futuro distante y desconocido se trocó en ansiedad por el presente.
Una de las cosas que más le gusta exagerar a la gente es el peligro. En esa ocasión me encontré con un soldado que me aseguré que cuando él desertó los ejércitos estaban a punto de abrir fuego, y viendo que esa noticia no me hacía mella, agregó que era imposible pasar por Honda y que ni en Pescaderías ni en La Vuelta se conseguía un bocado de comida. Definitivamente esto era menos malo que le dieran a uno un tiro, pero también más probable y, por consiguiente, una posibilidad más grave; pero como estaba decidido a seguir mi camino, compré una gallina viva y el peón consiguió medio pescado seco en una casa por la que pasamos; los amarramos encima del equipaje y seguimos adelante. Llegamos a Pescaderías en el momento en que caía la defensa de Honda y las tropas de Melo entraban victoriosas a la ciudad. En vez de balas que me pasaran silbando, lo único que me ocurrió fue tener que quedarme toda la noche en la margen oriental del río y ayunar durante veinticuatro horas.
Dejando atrás el Magdalena encontré el mejor remedio para mis sombrías meditaciones al contemplar no ya otra inmensa selva sino un valle risueño sembrado de pastos, caña y maíz, salpicado de casitas y de árboles frutales, y en la distancia, hacia el oriente, una población grande, con calles empedradas, llenas de gente y a todo el frente mío la fachada blanqueada de la iglesia. Era el valle de Guaduas, un paraíso en cuanto a temperatura y fertilidad, donde se desconocen el calor y el frío, pues el termómetro marca siempre entre 70º y 76º. Dicen que el clima es malsano por ser húmedo, pero lo dudo, me parece que es pura imaginación.
Me detuve en uno de los ranchos del camino y pedí agua a una mujer que estaba sentada en un asiento bajito, tejiendo un sombrero de paja y con una niñita al pie. Me ofrecieron dulce, que no acepté, pero me quedé conversando con ellas hasta que me alcanzó el peón y seguimos bajando al valle. En este hacía rato que llovía y pronto nos alcanzó la lluvia. Nos refugiamos en una choza abandonada donde vi una amarilis florecida muy hermosa, quizá una planta de jardín que había regresado a su estado salvaje. Saqué mi encauchado y mi escopeta y descubrí una mala pasada que me había jugado Gregorio, quien decidió hacer negocio trayendo algunos de los pescados secos de Honda, y viendo que mis cargas no estaban muy pesadas los colocó encima, precisamente sobre una de mis cobijas, de manera que cuando llovió y se mojó el pescado, la cobija quedó impregnada de olor a este. Ante mis acaloradas protestas, Gregorio resolvió poner unos manojos de paja entre el pescado y mis mantas.
De allí bajamos por un camino empinado que por la lluvia estaba muy resbaloso, y yo, con el estorbo del encauchado y la escopeta, seguí siendo víctima de mi doctrina de sumisión pasiva. Pero por fin llegué a la llanura sin haberme caído ni una sola vez, y me dirigí directamente a la casa del señor William Gooding, quien tuvo la gentileza de acomodar mi equipaje en una casa que tenía desocupada, y a mí en su propia casa y mesa, despojando así a la Negra Francisca de su presa legítima. A todo viajero que llega a Guaduas lo mandan donde esta mujer emprendedora, quien se encarga de darle posada, comida y conseguirle bestias para seguir el camino; y lo importante es que siempre las consigue, si no a la hora exacta, muy poco después.
Según lo acordado con don Diego Tanco, dejé la montura en casa de su primo, el señor Gregorio Tanco. Este dirige una escuela en Guaduas, pero no estoy muy seguro de que las impresiones y recuerdos que tengo de ella sean exactas, porque son completamente diferentes a lo que he visto desde entonces. En primer lugar, en la escuela recibían niñas, o al menos eso fue lo que le entendí a las del señor Gooding, quienes me contaron que ellas iban allí a aprender, entre otras cosas, a coser. Yo ya conocía el verbo cocer, pero era la primera vez que oía coser, así que estuve a punto de agregar otra inexactitud más al recuerdo equivocado que tengo de esa escuela. En segundo lugar, en ninguna parte de la Nueva Granada he visto que un hombre tenga nada que ver con una escuela para niñas; en tercer lugar, a la escuela iban muchachos, y ahora que conozco mejor las costumbres del país, no creo que en ninguna parte se permitan escuelas mixtas. Por último, tuve la impresión de que era una escuela buena. Pensándolo bien, lo que debía pasar era que las hijas del señor Gooding iban a estudiar a la sala de la señora de Tanco. En Guaduas también hay una escuela pública para mujeres, pero no entré a conocerla.
Cuando el peón entregó la montura y la carta que la acompañaba, quise pagarle y llamé, “Gregorio”. El señor Tanco, del que me acababa de despedir, volvió a salir pensando que lo estaba llamando a él. Entonces me di cuenta que era tocayo de mi peón, es decir, que ambos tenían el mismo nombre. El apellido lo usan poco y a veces emplean la palabra tocayo como vocativo; así, por ejemplo, cuando Cristóbal Vergara llama a Cristóbal Caicedo, no le dice el nombre sino tocayo.
Al pagarle a Gregorio tuve un malentendido por no comprender el significado de “suelto”, que quiere decir plata suelta, menuda. El insistía en que le diera suelto, porque las mulas no habían comido bocado en tres días —cosa que creo hoy en día— y porque su casa estaba muy lejos de la población, y yo pensaba que lo que quería era sacarme más dinero. Le dije que ya le había pagado lo convenido y además de eso, su peaje y el transporte del pescado. Creo que pagué seis dólares o tal vez cinco por el alquiler de tres mulas y los servicios del peón. Y sin que yo acabara de entender lo que quería Gregorio, nos separamos.
La semana que pasé con la familia Gooding fue el primer episodio feliz de mi peregrinaje. Algunos de los hijos hablaban inglés y me dieron clases de español, que tal vez son las más agradables de todas las que he recibido. En su mesa aprendí el significado de la palabra guarapo, nombre de una bebida fermentada hecha con azúcar y parecida a la sidra en cuanto al sabor y propiedades. En el Valle del Cauca la palabra se refiere al jugo de caña, fresca o hervida. El guarapo es una bebida barata para peones, dieciséis litros valen un real; pero en las ventas de los caminos, los señores, que tampoco la desprecian, la pagan al doble.
La Nueva Granada tiene tres clases de cárceles de acuerdo con la clase de ofensa del acusado: las de trabajos forzados, el presidio y la casa de corrección o de reclusión. A las dos primeras envían a los hombres, mientras que las mujeres y los jóvenes van por períodos más largos a las casas de reclusión. En Guaduas está una de las dos que hay en Nueva Granada y gracias a la amabilidad del General Acosta, jefe político en aquel momento y la única persona que podía autorizar visitas al establecimiento, pude recorrerlo todo. Antiguamente el edificio había sido un convento franciscano fundado en 1606, el cual, por la clase de construcción, se puede adaptar muy bien para cárcel sin hacerle ninguna reforma. Casi todos los edificios públicos de la Nueva Granada, con muy pocas excepciones, fueron originalmente conventos o edificios de los que se habían apropiado los frailes.
En la casa de corrección encontré a las reclusas haciendo cigarros y cajas para estos con la madera que otras cortaban con un serrucho. Daba la impresión de que la disciplina era excelente y la carcelera sabía su oficio. Sin embargo, me atreví a criticar uno de los castigos, porque me pareció excesivamente duro para las presas más sensibles y menos depravadas, pues consistía en encerrar a estas en el ataúd público, o sea en el que llevaban al cementerio el cadáver de los pobres.
Algunos de los casos de las mujeres en la Casa de Corrección serían dignos de figurar en un catálogo de crímenes. Me mostraron una que en conspiración con un sacerdote asesinó a un hombre a quien había servido como ama de llaves; habían planeado que ella heredara la fortuna para repartírsela luego, y el cura declaró que los había casado en secreto poco antes de que el hombre muriera.
Una mujer y su hija estaban en la cárcel pagando las crueldades más atroces practicadas a unas pobres desgraciadas que cayeron bajo su poder y a las que torturaban sin motivo. Algo parecido leí que había sucedido en Nueva Orleáns, pero cometieron el error de dejar en la puerta del hospital a una de las víctimas mutiladas, convencidas de que no podría hablar. Dicen que después de que estaban en la cárcel encontraron un esqueleto en una de las paredes de la casa del par de mujeres.
En Guaduas vivió el padre del escritor más conocido de la Nueva Granada, el coronel Joaquín Acosta. Aunque en los libros siempre aparece como coronel, era general cuando murió. El coronel Acosta hizo mucho por la geografía y la historia del país, especialmente cuando fue embajador en París, donde recopiló y tradujo al español gran parte de las memorias de Boussingault. También resumió y reeditó El Semanario, único periódico científico que se ha publicado en la Nueva Granada. Instalé en la torre de la iglesia de Guaduas el único reloj que conozco en este país que tenga las dos manecillas, y parte de su valiosa biblioteca es hoy patrimonio nacional. Su viuda, una dama inglesa, aún reside en Guaduas, y me contaron que las inmensas propiedades del padre del coronel están repartidas entre su familia y un hermano medio, otro general Acosta.
El general Acosta tiene fama de ser muy rico y es una lástima que haya llegado al ocaso de su vida sin haber contraído matrimonio, algo desafortunadamente muy común en la Nueva Granada. Es uno de los hombres más hospitalarios que he conocido. Steuart comenta que “mucha gente acostumbra aceptar la hospitalidad del General Acosta para después desacreditarlo”, ejemplo que él mismo sigue, pero que yo no podría imitar.
El general me invitó a una comida típicamente granadina. Entre los platos demasiado numerosos y raros para poder describirlos todos, recuerdo uno llamado bollo. En el primer momento pensé que se trataba de una raíz blanca, tierna e insípida, pero resultó ser una masa de maíz que se envuelve en las brácteas del maíz y luego se hierve.
Llegué a Guaduas al final del verano, época poco propicia para el botánico. Hice una excursión por la banda norte del río que atraviesa el valle, con la intención de cruzarlo mucho más arriba y regresar por el camino que bordea la otra orilla. Caminé hasta un sitio donde anteriormente existió un rancho y todavía se veía la acequia por la que los dueños habían traído agua de la quebrada; desde allí el camino por el que pensé regresar estaba apenas a unos diez metros, pero no tenía el machete y gasté casi una hora intentando abrirme paso entre los matorrales. Finalmente, como ya entraba la noche, me di por vencido y resolví regresar dando un inmenso rodeo por unas lomas quebradas y ásperas hasta llegar a la población.
Hablando de Guaduas debo referirme a la guadua, que en la Nueva Granada es la planta más útil después del plátano, de la caña y del maíz. Podría llamarla el “árbol de la madera” porque sirve para hacer casi todas las construcciones que no sean de ladrillo, tierra apisonada o de piedra, éstas últimas muy escasas. Además reemplaza la obra de madera en las casas y, por lo general, se utiliza en todas aquellas cosas en las que nosotros empleamos tablas de madera. La guadua es una planta inmensa, muy parecida al bambú del oriente tropical, pero menos alta, crece solo unos treinta o cuarenta pies. Tiene el follaje tan hermoso y delicado, que comparado con el de los otros árboles parece el plumaje de un ganso al lado del de un avestruz. El tronco mide aproximadamente seis pulgadas de diámetro por uno de grueso, con nudos cada veinte pulgadas.
Rajando el tronco en cuatro, seis u ocho partes, se sacan estacas y tablillas. Para hacer tablas que sirvan como mesas, bancos y camas rústicas se abre el tronco y se aplana, rajándolo a cada pulgada a lo ancho, pero teniendo cuidado de que no se separe completamente por las hendiduras. Cortándolo arriba y abajo de los nudos sirve como plato, candelero, recipiente para manteca y como jarra improvisada para cargar agua. A estos recipientes de guadua los llaman tarros y los hay dobles para acarrear agua con destino a toda la familia. En este caso cortan un pedazo de tronco más grande, que tenga dos secciones, un nudo en cada extremo y otro en la mitad, y le abren un hueco en el nudo de arriba y en el de la mitad. Si se utiliza el tarro para llevar melaza, lo tapan con un tarugo o con una naranja. Los tarros pequeños, hechos de una sola sección, sirven para guardar remedios, como el aceite de ricino. Es decir, la guadua tiene innumerables usos y la utilizan también al norte del país, como en Sabanilla; cerca de Cartagena se produce igualmente, aunque no tan bien.
El tallo de la guadua es grueso desde la base, pero las secciones entre los nudos son más cortas. Algunas guaduas tienen ramas largas, desparramadas y llenas de espinas; en otras el diámetro máximo de los troncos no pasa de dos pulgadas, y éstos los cortan para tumbar naranjas, las cuales se pudren si no son bajadas del árbol, porque no se caen cuando están maduras.
Las secciones de la guadua contienen agua y aquí creen equivocadamente que las fases de la luna influyen en la cantidad de agua. Dicen también que a veces se encuentran piedras en los nudos; quizá sea cierto, pero yo nunca vi ninguna y hasta que no lo compruebe lo pondré en duda. El único caso que tuve oportunidad de investigar no probó nada porque la piedra resultó ser común y corriente.
Otra característica de la guadua que vale la pena mencionar, porque es poco común en la vegetación tropical aunque si muy general en Norte América, es que tiende a monopolizar completamente los terrenos donde se produce. En nuestro país es normal encontrar un bosque natural, de una milla cuadrada, con solo pinos, robles o hayas, o hectáreas con la misma especie de hierba, arándano o cualquier otra clase de planta. Pero en el trópico es muy distinto. Aquí las plantas no son gregarias y son mucho menos exclusivas. Es cierto que hay guayabales naturales, donde en un área bastante extensa la mayoría de los árboles son Psidium; pero esto no es lo común; por lo general no se puede esperar encontrar juntas varias plantas de la misma especie. Por ejemplo, si uno ve un limero y quiere encontrar otro, da lo mismo buscarlo cerca que lejos. En cambio, el guadual cubre una extensión considerable de terreno, casi siempre al lado de una quebrada, y se da en forma tan tupida que no queda espacio para que crezca prácticamente ninguna otra planta. El cultivo de la guadua podría dejar grandes utilidades, pero apenas sé de un caso en que se cultiva para negocio. La flor y la semilla de la guadua son tan escasas que muy pocos botánicos las conocen.
Una noche las niñas del señor Gooding me mostraron unos insectos coleópteros luminosos, aproximadamente de una pulgada de largo, que aquí llaman cocuyos. El Elater ocellata nuestro se parece mucho en tamaño y forma, pero no en luminosidad. Las niñas los habían metido en un pedazo de caña al que le habían abierto una cavidad para cada bicho, de manera que las paredes de la cárcel les servían de alimento. Cuando no están descansando alumbran continuamente con una lucesita que no es más brillante que la intermitente de los Elater,pero la de los cocuyos tiene dos colores diferentes y muy bellos, rojo y verde amarillento. No sé si la diferencia del color en la luz dependa del sexo. Mucha gente cree que los cocuyos se acercan cuando uno les silba, pero los experimentos que presencié en el Cauca para probar el fenómeno produjeron el efecto contrario. Me parece que el cocuyo es el Elater noctíluca.
Pasé el domingo en Guaduas y desde el amanecer la plaza al frente de la iglesia estaba casi llena de campesinos de todos los matices, desde el indio y el negro puros hasta el blanco, y traían una variedad increíble de productos de todos los climas. El mercado dominical es una molestia para cualquier familia decente, pero para nadie es tan ofensivo como para el señor Haldane, de El Palmar, cuyo solo nombre hace pensar en un escocés presbiteriano muy rígido. El señor Haldane le solicitó al arzobispo Mosquera que suprimiera el mercado dominical en Guaduas; éste le contestó que era el mejor día para el mercado, pues los campesinos no tenían tiempo de bajar al pueblo dos veces y porque además, siendo día de fiesta, podían aprovechar para oír la misa. Y burlándose de los escrúpulos del buen escocés, el arzobispo le puso el apodo de “Obispo de Guaduas".
Ese domingo fue la primera vez que asistí a misa en la Nueva Granada, porque las otras ocasiones había llegado demasiado tarde. Me acompañó una de las niñas del señor Gooding. Esta dejó el sombrero en la casa y se puso un chal negro sobre los hombros con el cual, al llegar a la iglesia, se cubrió la cabeza; luego entró y se sentó en el suelo. Me dolió ver a una niña tan amable e inteligente identificada en vestido y en actitud con la gente que la rodeaba. Los hombres nunca se sientan en el suelo; si hay bancas en la iglesia, son exclusivamente para ellos; si no, oyen la misa de pie; las mujeres nunca se paran. En ciertos momentos todo el mundo debe arrodillarse y el que no lo haga es considerado como un impío; en esos mismos instantes repican las campanas y las gentes que están en el mercado se descubren. El protestante que no se quita el sombrero se expone a que le arrojen cosas, aunque la ley lo protege. Hasta donde yo sé, ningún protestante residente en la Nueva Granada ha intentado oponerse a estas exigencias supersticiosas. Claro que un viajero como yo puede ignorar algunas costumbres sin que la gente se ofenda; me parece que esta tiene todo el derecho a exigir que nos descubramos en la iglesia, aunque en el caso de la señora que lleva una gorra al estilo europeo puede ser a veces incómodo quitársela.
Antes de entrar a describir la misa vale la pena observar que la iglesia de Guaduas es muy parecida a todas las que he visto en la Nueva Granada; además del altar principal, fastuoso y magnifico, hay a los lados otros menos llamativos que tienen cierto parecido a una repisa de chimenea muy ornamentada. A muchos de estos altares laterales se les atribuyen méritos específicos. En cada uno hay generalmente una imagen o un cuadro cubierto por una o dos cortinas que se enrollan en lo alto al jalar una cuerda. Todas las imágenes son pintadas en un intento de darles vida y a menudo están vestidas en la forma más absurda que uno pueda imaginar. Muchas veces a los cuadros les pegan joyas y adornos, lo cual acaba con el mérito artístico de los pocos que valen la pena. Hay un crucifijo que choca especialmente, porque da la impresión de que lo pintaron completamente desnudo, y luego alguien escandalizado resolvió coserle encima un pedacito de muselina. Sin embargo estoy seguro de que si se la quitaran, debajo habría otra tela pintada.
La misa es el punto clave del antiguo culto romano, en una época tan esplendorosa. Teóricamente se supone que en la misa se recrea el cuerpo de Cristo por el poder especial conferido al sacerdote en su ordenación. Ese cuerpo se considera divino, no humano, Dios mismo y no hombre. La misa consiste en comer ese cuerpo. La ceremonia de la misa presenta pequeñas variaciones de acuerdo con la época y estación del año, en cuanto al color de lasvestiduras del sacerdote y a algunas de las palabras que lee; la diferencia es mucho mayor cuando es rezada o cantada, es decir, si es misa menor o misa mayor. La primera requiere solo un sacerdote y un monaguillo; pero en la misa mayor se necesitan por lo menos dos y creo que también otros celebrantes. Un sacerdote que sepa bien el latín puede decir la misa en veinticinco minutos; pero la misa cantada toma hasta dos horas, aunque básicamente el programa y las ceremonias de las dos son las mismas.
La preparación a la misa se lleva a cabo en una pieza adjunta al altar, la sacristía, que casi siempre tiene salida a la calle por el rincón de la derecha. Únicamente conocí una que estaba detrás de la iglesia y debajo del techo principal, no de uno lateral, como generalmente está. El sacerdote se lava las manos y se viste mientras reza algunas oraciones; luego sale de la sacristía, ya ataviado y llevando una copa que es siempre de oro o dorada por dentro, el cáliz, y encima de éste un plato de plata, la patena, que parece como si fuera la tapa, y sobre ella algo que parece un pequeño libro delgado y un lienzo bordado. Estando al lado derecho del altar, cerca a la sacristía, el sacerdote, entre las muchas cosas que lee y dice, lee parte de una epístola. Después pasa al otro lado, donde, además de otras tantas lecturas, recita el evangelio. Por esto es que a veces llaman el lado izquierdo de un caballo, el del evangelio.
Después se coloca el misal en forma oblicua para que el sacerdote, de pie en el centro del altar, pueda leerlo. Acto seguido le quita la cubierta al cáliz y resulta que el librito es una tela doblada, la desenvuelve y adentro encuentra una oblea blanca, del tamaño de un sello notarial, con una cruz impresa, que pone sobre la patena. También saca de la copa una cucharita que parece para servir sal y una pala de tamaño mínimo para recoger boronas, ambas de plata. Limpia cuidadosamente la copa, la vuelve a tapar y regresa otra vez a la derecha del altar (el lado de la Epístola). En seguida el monaguillo toma una jarrita que hay en una bandeja del tamaño de una para pasar rapé, la pone debajo de las manos del sacerdote y le vierte agua sobre los dedos. Luego derrama en el piso la que queda en la bandeja, el sacerdote se seca los dedos en una pequeña toalla, se la entrega al monaguillo y éste la besa.
Después el sacerdote procede a leer las palabras de la consagración y la oblea se convierte en hostia, es decir, según la creencia, en Dios. El sacerdote se arrodilla y la adora, luego se levanta y todavía de espaldas a los fieles eleva la hostia para que estos puedan adorarla. El monaguillo toca la campana del altar y todo el mundo se arrodilla; muchas veces también repican las campanas de la torre, y si frente a la iglesia hay gente, lo menos que esta debe hacer es quitarse el sombrero, aunque esté lejos y ocupada en sus negocios. Después de elevar la hostia, el sacerdote levanta el cáliz, en el cual vertió antes una copa de vino. Durante todo este tiempo se hacen las demostraciones más ruidosas; el órgano toca música alegre, marchas, danzas y valses, y si en la plaza hay un cañón o un pelotón de soldados, disparan las armas. A veces lanzan al aire unos voladores llamados cohetes, que se elevan y estallan con un ruido como el disparo de una pistola, y el olor de la pólvora entra en la iglesia y se mezcla con el del incienso. Los soldados formados pueden quedarse con el quepis puesto y el organista permanece sentado, y aunque los protestantes pueden también seguir sentados o de pie, esta actitud molesta tremendamente a los devotos que, si por ellos fuera, los harían arrodillar a la fuerza, si la ley lo permitiera.
Después de la elevación el sacerdote parte la hostia en tres partes, pone una en el cáliz y se come las otras dos. Recoge cualquier migaja real o imaginaria de la hostia con la patena, si no tiene paleta, y las echa en el cáliz. Bebe el vino, se enjuaga los dedos, primero con vino sin consagrar y después con agua y luego bebe uno y otra para asegurar que ninguna de las partículas de la hostia se queda sin llegar a su destino. Inmediatamente lava el cáliz, vuelve a poner la cucharita y la pala en su sitio y después de otros rituales termina la ceremonia.
Se prolongaría demasiado este relato al describir los pasos de los monaguillos en las misas cantadas. En realidad es mucho lo que ellos deben aprender: echar el incienso, llevar de un lado a otro los dos ciriales (el cirial es una vara larga de plata con un cirio en el extremo), alzar el extremo o borde de la vestidura del sacerdote cuando éste se arrodilla, derramarle el agua sobre los dedos, pasarle la toallita, tocar la campana, contestar las oraciones, pasar el misal de un lado a otro del altar, cantar parte del servicio religioso; en fin, es todo un oficio.
La misa rezada se puede decir en el mismo tiempo que toma leer esta descripción; en cambio, la cantada es larguísima; el sacerdote canta todas las palabras y el coro entona las respuestas que en la rezada reza el monaguillo. Por esta razón, la mayoría prefiere asistir a la misa rezada. Varias veces durante la misa el sacerdote se vuelve hacia los fieles y dice: Dominus vobiscum —la paz sea con vosotros—. (sic) (2), y éstos responden: Et cum spiritu tuo —y con tu espíritu—. Durante la confesión, al principio de la misa, los feligreses se dan tres golpecitos en el pecho y si la concurrencia es grande, es impresionante el ruido extraño y hueco que llena la iglesia. Al final el sacerdote termina la misa con las palabras Ite, missa est —idos, la misa ha terminado—; (sujeto: concio, la asamblea ha terminado). De esta expresión se deriva la palabra inglesa mass, la latina missa y la española misa.
También visité el cementerio de Guaduas, que es bastante amplio, rodeado de un muro y con una capilla en el centro. A la mayoría de los muertos los sepultan en la tierra, pero los ricos tienen tumbas en bóvedas que parecen hornos. Recuerdo una en que habían sepultado a un hombre, y debajo estaba otra bóveda bostezando en espera de la viuda. Vi también la de Acosta, tan lamentado por el pueblo, con una lápida de una piedra rosada muy bella, que si resistiera el clima sería muy admirada en nuestro país para utilizarla en monumentos.
En Guaduas utilizan muy poco los ataúdes. En la capilla del cementerio vi dos, pintados de negro y con el dibujo a cada lado de una calavera sobre dos huesos cruzados, iguales a los que había visto en la cárcel. También vi en el suelo pedazos de los féretros improvisados en que llevan a los niños muertos, y en un rincón una almohadita y unos trapos, lo cual me conmovió profundamente. En comparación con otros, este cementerio es bastante bueno, probablemente fue obra del Coronel Joaquín Acosta.
Me falta describir la fuente que hay en la plaza de Guaduas. Parece más bien un monumento y está rodeada de un muro de aproximadamente tres pies de altura. Al frente y en los dos extremos están las bocas de unos tubos de hierro por donde brotan chorros de agua clara, traída de la loma vecina por una especie de acueducto abierto, que llaman acequia. A la fuente le dicen pila, lo mismo que a la fuente bautismal.
Las aguadoras van a la fuente con tina múcura grande de barro apoyada en la cadera y una caña larga en la mano; ponen la primera en el muro, y el extremo de la caña, que casi siempre tiene en la punta un cacho, lo colocan en la boca del tubo de hierro para llenar de agua la múcura. Cuando las muchachas que esperan ven que esta ya está casi llena, pelean para ver cuál de ellas será la próxima en poner el extremo de la caña en el chorro y llenar la vasija.
Al llegar a la casa vacían el agua en la tinaja, la cual es un recipiente mucho más grande y con boca ancha. Todas las casas tienen un arco de ladrillos cocidos que se llama tinajera, que está por lo general en el corredor y con huecos donde ponen dos o tres tinajas. Podría decirse que la tinajera tiene para el círculo familiar la misma importancia que el fuego sagrado en los países nórdicos, y que, por lo tanto, en la Nueva Granada la traducción de “Pro aris et focis” debería ser “por la alacena de los santos y por la tinajera”.
Guaduas está situada exactamente a 1.000 metros sobre el nivel del mar, es decir a 3.281 pies. Tiene una temperatura promedio de 74º, con muy pocas variaciones, y si no fuera por la humedad, no habría en el mundo clima más delicioso. En la población hay algunos casos de bocio, pero creo que tomando un poco de agua yodada diariamente se evitaría o se curaría la enfermedad. Aquí lo llaman coto, y al enfermo cotudo. Me pareció observar un caso de cretinismo, pero a lo mejor se trataba de idiotez común y corriente.
Pero llegó el momento de decirle adiós a Guaduas y es una muestra curiosa de cómo influyen las costumbres de un país en las del viajero el que esa vez me despedí de las niñas, a quienes tanto cariño les había tomado por su carácter amable, afectuoso y maneras delicadas, dándoles un beso. En cambio, después de más de un año de viajar y conocer la vida granadina, para mi gran alegría las volví a ver y saludé con la misma efusividad, pero esta vez dándoles un abrazo. No es que el beso no se utilice nunca en la Nueva Granada como forma de saludo, pero abrazarse es la regla en caso de una larga ausencia, ya sea entre iguales, con inferiores o con superiores y entre el mismo sexo o con los del otro. Más adelante veremos ejemplos de esta costumbre.
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Tomado de:
      
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/nueveint/nueve8b.htm