viernes, 30 de agosto de 2019

John Frederick Bateman Dudley en Honda por Darío Villamizar


John Frederick Bateman Dudley
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A Colombia nos llegó en 1870, por el puerto de Barranquilla, luego de un larguísimo viaje de un mes y una semana en barco. Su portador era un hombre alto y delgado, bueno mozo, de frente ancha, espesa barba y apenas veintinueve años. Traía un título de ingeniero bajo el brazo y todas las ilusiones por hacer su propio descubrimiento de esta parte del continente. Pero no se quedó en Barranquilla. John Frederick Bateman Dudley remontó en el barco de vapor Simón Bolívar los 888 kilómetros del río Grande de La Magdalena hasta el pequeño puerto de La María, hoy La Dorada. El Simón Bolívar era uno de los buques más grandes que en ese momento hacían el recorrido de Norte a Sur y de Sur a Norte por el río; al mando se encontraba un capitán oriundo de Cincinnati. Duncan era su apellido, un viejo marinero de ojo experto, con la voz y el carácter secos por el licor. En medio del zumbido de los mosquitos y del calor infernal, John Frederick pasó los 16 días del viaje acodado sobre mas barandillas, desde donde contemplaba ese maravilloso paisaje que lo rodeaba y el permanente ir y venir de champanes, boquetones y canoas impulsados por remos y pértigas hábilmente manejados por corpulentos bogas. Igualmente, estaba asombrado con unos minúsculos pueblos de mucha vida ubicados en una y otra orilla. En su memoria guardó celosamente los nombres que le parecían más extraños: Plato Mompox, El Banco, Tamalameque, Puerto Wilches, Barranca Bermeja, Puerto Berrío, Nare,Islitas…así hasta tocar tierra firme en La María. 

Los 36 kilómetros que lo separaban de San Bartolomé de Honda los hizo en una sola jornada recorriendo un camino de herradura por donde lentamente transitaron sus cinco mulas. Ésta era una próspera ciudad del Estado Soberano del Tolima, punto divisorio entre el Alto y el Bajo Magdalena, puerta de entrada y de salida, e intermediaria en el comercio hacia Santa Fe o hacia la costa caribe en la ruta de los Estados Unidos, Europa o cualquier parte del mundo. De acuerdo con el censo de ese mismo año, la ciudad contaba con 3.718 almas y los Estados Unidos de Colombia totalizaban 2.890.637 habitantes. Uno de ellos, el general Eustorgio Salgar, gobernaba con espíritu de unidad y justicia. Foto de Eustorgio Salgar 

Honda era en ese momento uno de los grandes epicentros de la vida social, económica y política. Allí se estableció John Frederick Bateman Dudley. Era tal el auge en la zona que la ley 108 de 1873 protocolizó la construcción del ferrocarril de La Dorada. En 1881 se firmó el convenio con el cubano Francisco Javier Cisneros, quien a su vez traspasó el contrato a la empresa inglesa The Dorada Railway Company Limited. 

John Frederick Bateman Dudley prestó sus servicios en esa empresa entre 1881 y 1907, llegando a ser su gerente; acompañó los trabajos para construir los 33 kilómetros de vía férrea que comenzaron en 1881 en Arrancaplumas, junto a Honda, siguiendo a la quebrada de El Peñón, luego a la de Yeguas, hasta culminar la obra en 1897 en La María.

Pero no fueron solamente los hierros del ferrocarril los que lo ataron a nuestro suelo: también los ojos negros y vivaces y la piel cetrina de la señorita Carmen Ospina, oriunda de Ambalema, con quien se casó en 1874. Un año más tarde nació su primogénita, a quien llamaron Isabel. Y el 17 de Diciembre de 1876, en medio de nuestras tantas guerras civiles del siglo XIX, llegó el segundo hijo, bautizado con el nombre y los apellidos de Carlos Federico Bateman Ospina. Este Carlos Federico fue el abuelo de Jaime Bateman Cayón. 


Carmen Ospina
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El matrimonio Bateman-Ospina se trasladó temporalmente a las frías tierras de la sabana, y en Subachoque, donde estaba ubicada la Ferrería La Pradera para la producción de rieles, nació Alfredo en 1879. De regreso a Honda, un año más tarde, John Frederick se vinculó nuevamente a la construcción del ferrocarril de La Dorada, y uno a uno fueron naciendo sus seis hijos restantes: Arturo, Alberto, María, Luis, Eduardo y Manuel, quien murió siendo aún un niño. El fin de siglo encontró a Colombia sumida en uno de los más cruentos conflictos de su historia: la guerra de los Mil Días. Era la prolongación de los enfrentamientos padecidos desde 1830. Al finalizar esa larga noche, el país estaba asolado, las instituciones en crisis, la economía en ruinas, miles de familias destruidas y en la miseria, y Panamá próximo a separarse. El asombro fue total, había hambre por doquier.  

La guerra de los Mil Días golpeó inclemente a la familia Bateman – Ospina, precipitando una diáspora de los hijos del matrimonio: Isabel, la mayor, se casó en 1897 con un ingeniero inglés y se fueron a Inglaterra. Carlos Federico tomó rumbo a Santa Marta, donde a partir de 1901 se estableció la United Fruit Company en la zona bananera y estaba contratando personal. El tercero de los hijos Bateman – Ospina, Alfredo, marchó para Bogotá y allá se quedó; fue el padre de Alfredo D. Bateman, el prestante ingeniero civil que trabajó por muchos años como secretario y consejero en el Ministerio de Obras Públicas y quien, como miembro de la Academia Colombiana de Historia y catedrático, publicó varios textos sobre historia. La D en su segundo nombre significa Dudley, en recuerdo de aquel condado inglés de donde vino su abuelo. Arturo, el cuarto de los hijos de John Frederick, se quedó en Honda dedicado al comercio. Alberto se casó con Isolina, una hermosa mujer de ascendencia alemana, y trabajó mucho tiempo en las minas de plata de Frías. María se dedicó a la enseñanza en el Colegio Americano, en Bogotá. A los dos menores –Luis y Eduardo, en plena adolescencia-, su padre John Frederick quiso sacarlos del país durante la guerra de los Mil Días. Luis se le fugó en Barranquilla cuando ya estaban a punto de abordar el barco que los llevaría a Inglaterra De allí se metió a trabajar en los Llanos Orientales. Eduardo fue educado en Inglaterra y durante la Primera Guerra Mundial ingresó al Ejército de Su Majestad, donde llegó al grado de capitán. Tres días antes de cumplir sus sesenta años, el 23 de julio de 1907, a la hora que empieza el crepúsculo vespertino, murió John Frederick Bateman Dudley en la Hacienda “Polanco”. Fue enterrado en el cementerio de Honda, en la parte del fondo, donde reposan los restos de los protestantes.  
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 En su tumba aún se lee una inscripción ya borrosa: “In memory of John Frederick Bateman. Born July 26 1847, died July 12 1907”.

Estado de la tumba el 28 de agosto de 2019
Fotografía Tiberio Murcia Godoy
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Texto tomado de: https://docs.wixstatic.com/ugd/df2596_935180ead4b831f24a800c3d7f08e982.pdf
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Ilustraciones de Mauricio Vila M


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