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viernes, 18 de febrero de 2011

Don Antonio de Arévalo, construyo en Honda los cimientos del puente del Guali

EL INGENIERO DON ANTONIO DE ARÉVALO Y SUS OBRAS

DON ANTONIO DE ARÉVALO

Los últimos cuarenta años del siglo XVIII fueron decisivos para las fortificaciones de Cartagena, cuya construcción quedó terminada casi al final de la época española. La historia de las obras durante este período de tiempo forma parte integrante de la biografía del que proyectó y dirigió la construcción de las baterías de San Felipe, el dique de Bocagrande, la escollera de la Marina y otras edificaciones, cuya importancia basta para consagrarle como uno de los más grandes ingenieros militares de su época: el teniente general don Antonio de Arévalo.
Más de medio siglo de su vida transcurrió en América trabajando en las obras de Cartagena y proyectando otras en distintas provincias del Virreinato de Nueva Granada. Las incontables relaciones, informes y "discursos" que, firmados por su mano, se conservan, así como los numerosos planos que levantó y dibujó, nos revelan una vocación que, cultivada en el estudio constante, produjo los mejores frutos. Bien merece que aquí recoja algunas noticias biográficas, aunque si la vida de un hombre se refleja en obras, ahí están los muros de Cartagena, que son páginas perennes de su biografía.
Nació don Antonio de Arévalo en la villa de Martín Muñoz de la Dehesa, cerca de Arévalo 77, en Castilla la Vieja, hacia el año de 1715 78, seguramente de noble condición. A los veintiún años, el 1 de octubre de 1736, ingresó como cadete en el Regimiento de Orán, aplicándose al estudio de las matemáticas en la academia que tenía a su cargo el ingeniero don Antonio Gaver. Después de tres años de estudio pasó a Madrid a comparecer ante la Real Junta de Fortificaciones, y obtuvo, previo examen de ésta, el grado de subteniente de Infantería y la patente de "delineador" apto para el ascenso a ingeniero extraordinario. Sirvió aquel empleo durante un año, hasta que el 4 de junio de 1741 ascendió a ingeniero extraordinario y fue destinado a Cádiz, donde estuvo a las órdenes de don Ignacio Sala, que era, a la sazón, ingeniero director de las fortificaciones de Andalucía. Pocos meses más tarde recibió orden de marchar a Barcelona para incorporarse a la expedición que se preparaba para Italia, pero al pasar por Madrid, el ministro don José Campillo le comunicó una real orden que cambió el rumbo de su vida: se le mandaba a servir a las órdenes de don Juan Bautista Mac-Evan, nombrado ingeniero director de las obras de Cartagena de Indias. Se unió a él en San Sebastián, y juntos embarcaron en Pasajes a bordo de la fragata "Nuestra Señora del Coro", que se hizo a la vela el 6 de febrero de 1742, en unión de otros buques de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, al mando del capitán de fragata don José Iturriaga, que conducían los batallones de Portugal y Almansa, destinados a reforzar la guarnición de Cartagena. En la misma fragata que conducía a Arévalo viajaba también el mariscal don Joaquín de Aranda, que iba a posesionarse del gobierno de dicha plaza; pero no llegó a su destino, pues fue muerto en un combate sostenido con dos navíos ingleses, a la vista de Puerto Rico, el 12 de abril, durante el cual asistió Arévalo "al vivo y continuo fuego de todo el día".
Tres días después llegó a San Juan de Puerto Rico, donde levantó planos de la bahía, y embarcó con Mac-Evan el 16 de julio siguiente para Tierra Firme. Visitó La Guayra, Puerto Cabello y Maracaibo, donde también levantó diversos planos, según disponía la real instrucción que había recibido su jefe, y desde esta última ciudad continuó por tierra su viaje hacia Cartagena, adonde llegó el 29 de noviembre, después de penosa marcha a través de ásperos caminos, casi intransitables por la mala estación.
Después de levantar un mapa de la bahía de Cartagena y sus inmediaciones, pasó a Santa Marta por orden del virrey Eslava, donde también levantó planos e hizo, además, las obras necesarias para ponerla en defensa, pues se esperaba un ataque de enemigos. Al regreso trabajó en el fuerte de San Sebastián del Pastelillo, en el baluarte de San José, en la construcción del cuerpo de guardia y cisternas del Castillo Grande y en los recalzos que se hicieron a la muralla de la Marina. Concluidas estas obras se iniciaron las del dique de Bocagrande, proyectado por don Ignacio Sala, y en ellas trabajó, aunque poco tiempo, pues el virrey Pizarro le ordenó que fuese a la villa de Honda a disponer, "para el beneficio del comercio", un puente de cal y canto sobre el río Gualí. Sacó de cimientos uno de sus cuatro pilares y, dejando planos e instrucciones, marchó a Santa Fe, donde elaboró el proyecto-que ejecutó en gran parte-de una calzada de media legua de longitud, con dos puentes, en una llanura anegadiza. De la capital del Virreinato regresó a Cartagena tan pronto como tuvo noticia del fallecimiento de su jefe, Mac-Evan.
Aquí trabajó de nuevo en el dique de Bocagrande, hasta que se suspendieron las obras; en la erección de la batería de San José y en la de Santa Bárbara, que no se terminó entonces. Cuando don Ignacio Sala pasó a Portobelo en 1753, quedó a cargo de Arévalo la dirección de las obras y comenzó a sacar de cimientos el fuerte de San Fernando. Continuó estos trabajos a las órdenes de don Lorenzo de Solís y, al marchar éste destinado a Veracruz, en 1757, se hizo cargo nuevamente de la dirección y terminó la fábrica de las baterías, la demolición del castillo de San Luis y el saneamiento de las inmediaciones, pobladas de ciénagas, que eran fuente perenne de enfermedades, como pudo comprobar a riesgo de su propia salud, pues allí padeció cinco "tabardillos" que a poco le cuestan la vida. Concluidas las fortalezas de Bocachica, dirigió los recalzos que se hicieron a los baluartes de La Merced, Santa Clara y Ballestas y reparó el de San José, cuyo revestimiento se había cuarteado.
El bien ganado prestigio de Arévalo trascendió a la Corte, y en 1761 le fue encomendada la difícil misión de pacificar a los indios del Darién y practicar un detenido reconocimiento de aquellos territorios. Levantó un mapa general y varios planos de sus puertos y caminos y escribió un diario del viaje, así como una descripción de la provincia y de las ventajas que se obtendrían poblándola, ya que ofrecía fáciles pasos hacia el Pacífico. Proyectó la construcción de un fuerte que la protegiese hasta su total reducción y consiguió que los jefes indios accediesen al establecimiento de una población y del fuerte, e igualmente logró que bautizasen a sus hijos y todos quedaran reducidos a vivir en paz con los españoles 79.
Cumplida su misión, no halló reposo al regresar a Cartagena: había estallado la guerra con Inglaterra y no se dio descanso hasta dejar la ciudad en estado de defensa. En varios meses de febril actividad construyó las baterías del cerro de San Lázaro, hizo otras en Bocachica y reunió toda clase de pertrechos de guerra, en previsión de que la contienda europea tuviese repercusión al otro lado del Atlántico. De estas obras, así como del malecón de Bocagrande y de la escollera de la Marina, me ocuparé más adelante.
Trabajaba Arévalo en la construcción del dique de Bocagrande, cuando le fue encomendada otra misión no exenta de dificultades. Al tomar posesión del Virreinato don Manuel Guirior, su antecesor le dejó sin solucionar el delicado problema de la sublevación de los indios del Río de la Hacha, que estaban alzados desde cuatro años atrás, y no se había conseguido reducirlos, a pesar de tener allí destacados setecientos hombres del Batallón de Saboya y del "Fijo" de Cartagena, además de cuarenta artilleros y más de trescientos milicianos. Estas fuerzas ocasionaban un gasto tan cuantioso como inútil, y el Virrey no hallaba medio de obtener un situado de cien mil pesos y un refuerzo de dos mil hombres que pedía el coronel que mandaba aquéllas, don José Benito de Enzio. Entonces Guirior dio amplias facultades a Arévalo y le entregó el mando de aquel ejército y de la provincia; éste, apenas tomó posesión, despidió doscientos milicianos de los que estaban a sueldo, y en cuatro meses resolvió un problema que había consumido cuantiosos caudales durante cuatro años. Sin la más mínima lucha consiguió reducir a los indios a nuevas poblaciones, en las que construyó -por cuenta de S. M.- iglesias y casas para los curas y capitanes. Pacificó toda la provincia, reconoció varios puertos y parajes de la costa y del interior, levantando mapas y planos de todos y, conseguida la reducción de los naturales, dio instrucción al Gobernador nombrado para sucederle, dejándole en el nuevo establecimiento de Bahía Honda noventa soldados, setenta milicianos, seis artilleros y una batería de ocho cañones para la defensa de la bahía e impedir el contrabando. Regresó al Río de la Hacha y se restituyó a Cartagena el 26 de junio de 1773 con la tropa sobrante y el tren de artillería.
Al año siguiente fue a Maracaibo para pacificar unas parcialidades de indios que impedían el comercio con la provincia de Río Hacha, y sacó de ésta vecinos, con los que fundó el pueblo de San Bartolomé de Sinamaica y los establecimientos de Bahía Honda y Pedraza.
Al regresar a Cartagena en 1774, el Virrey le comisionó para ir otra vez al Darién, con el fin de hacer un establecimiento de españoles para impedir el contrabando y fabricar el fuerte proyectado en 1761, que no se había podido construir por falta de medios económicos 80. Sin embargo, pasaron dos lustros antes de que esta nueva expedición al Darién se llevase a efecto. Al fin, después de vencer múltiples dificultades, gracias al tesón del arzobispo-virrey Caballero y Góngora, a fines de enero de 1785 salieron de Cartagena, rumbo a las playas del Darién, las fuerzas expedicionarias al mando de don Antonio de Arévalo 81, que por entonces contaba setenta años.
El rey, que ya habla premiado sus servicios con el grado de brigadier, le ascendió a ingeniero director de los Reales Ejércitos, Plazas y Fronteras, por cédula de 14 de mano de 1775 82.
Dos veces solicitó Arévalo el cargo de Gobernador de Cartagena, sin que viese realizados sus deseos: la primera vez en 1770 y la segunda dos años después, al quedar vacante por fallecimiento de don Gregorio de la Sierra, en cuya ocasión escribió al ministro Arriaga pidiéndole que apoyase su petición 83. Cuando en 1782 fue nombrado Virrey interino el gobernador de Cartagena don Juan Torrézar Díaz Pimienta, designó a Arévalo para que le sucediese en este cargo interinamente, ya que el teniente del Rey don Roque de Quiroga, a quien por derecho le correspondía desempeñarlo, estaba, a la sazón, enfermo. Reunido el Cabildo el día 1 de abril del citado año, fue leída la orden del Virrey y, en consecuencia, pasaron dos regidores a casa del brigadier a notificarle el nombramiento. Momentos después entraba en la sala don Antonio, acompañado de los dos regidores, y ante la cruz de su espada prestaba juramento en presencia de todos. El acta en que se hizo constar la ceremonia refleja la consideración y el prestigio que aureolaba la figura del anciano brigadier 84. Poco tiempo desempeñó el cargó, pues unos meses después lo ocupaba don Roque de Quiroga.
Continuó al frente de la Comandancia de Ingenieros de Cartagena y terminó por completo las fortificaciones. Las últimas obras que dirigió fueron la construcción de la cortina de la muralla situada entre los baluartes de Santa Clara y Santa Catalina y los cuarteles de las Bóvedas, adosados a ella. Así quedaron concluidas, después de cerca de dos siglos de trabajos, las murallas del recinto de Cartagena.
Durante varios lustros informó semestralmente a la Corte de las obras que tuvo a su cargo. Pero los años no pasaban en balde: en los últimos informes, su firma es apenas legible, y su rúbrica-antes firme y rotunda-es una línea vacilante que demuestra los estragos de la edad en su naturaleza fuerte. Le faltaba la vista, agotada en largas horas de labor minuciosa, y la mano, que nunca había permitido la menor vibración al tiralíneas, temblaba al empuñar la pluma.
La Corte, que había premiado sus leales servicios, en 1791, con el ascenso a teniente general de los Ejércitos 85, le dio una prueba más de consideración cuando su inutilidad física le movió a pedir el retiro. Le fue concedido, que dando relevado del cargo de ingeniero director, pero no quedó convertido en un ser inútil, arrinconado en espera de la muerte, ya que no se prescindió por completo de sus servicios: "es la voluntad de S. M. -se dijo al Virrey-que continúe este general en el Estado Mayor del Exército de este virreynato y sirva con su consejo, conforme lo ha hecho hasta ahora con su persona" 86.
Pocos meses después-9 de abril de 1800-murió don Antonio de Arévalo 87, a los ochenta y cinco años de edad y setenta de servicios, de los cuales pasó cincuenta en Cartagena, donde realizó las más importantes obras de fortificación que el genio de España elevó en tierras de América.


77 Así consta en los libros de la antigua Parroquia del Sagrario de Cartagena, según me comunicó el historiador don Pastor Restrepo, a quien reitero mi agradecimiento.
78 En la Hoja de servicios de 1775 -citada más adelante- consta que tenía en esa fecha cincuenta y nueve años.
79 La expedición al Darién y Golfo de Urabá (1 de enero a 26 de febrero de 1761) se llevó a cabo en los buques "El Gallo" y la goleta "Las Dos Hermanas", al mando del Teniente de navío Francisco Javier Monty, que escribió un "Diario" publicado por CUERVO: Documentos..., tomo I (Bogotá, 1891), pág. 483 y ss.
Arévalo redactó un detallado informe (Cartagena, 31-III-1761) con la descripción del territorio, producciones, etc., y un plan completo para la pacificación de los indios y colonización del Darién. También lo publicó CUERVO: Ob. cit., tomo II (Bogotá, 1892) págs. 251-273.
80 Hoja de servicios de 1774 (AGI: Santa Fe, 946). Véase también la "Relación" del Virrey Guirior, publicada por POSADA e IBAÑEZ: Relaciones de mando (Bogotá, 1910), página 174 y ss.
81 GROOT: Ob. cit., tomo II (Bogotá, 1869), pág. 29.
82 "Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia" (julio, 1941), págs. 28-29; citado por SANTA TERESA (P. Severino de): Historia documentada de la Iglesia en Urabá y el Darién, vol. IV, segunda parte (Bogotá, 1956), pág. 315.
83 Arévalo a Arriaga, 26-V-1772 (AGI: Santa Fe, 945).
84 Acta del Cabildo 1-IV-1782 (AGI: Santa Fe, 1.012).
85 RC. de 26-II-1791, publicada por URUETA: Documentos..., tomo VI, pág. 349.
86 Oficio de 27-IX-1799. Ibídem, pág. 350.
87 El Gobernador Anastasio Cejudo al Virrey, 19-IV-1800 (AGI: Santa Fe, 625).

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