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viernes, 8 de junio de 2012

Haití y la alianza para las civilizaciones Por Nestor Hernando Parra


Ha sido necesario el injusto e inclemente sacudimiento de la tierra en la parte sur- occidental de la isla La Española, registrado en imágenes que reproduce la televisión, que causan profundo horror y compasión fugaces, y hasta ciertos fulgores de solidaridad o caridad, para que me reafirme en que el trajinado tema del choque de civilizaciones no es el que atribuyen Huntington y sus innumerables
comentaristas a factores culturales, y particularmente los religiosos -entre el cristianismo y el islamismo; entre Jesús y Mahoma quienes, desde sus pináculos eternos, deben estar absortos ante el comportamiento bárbaro de sus fanáticos e interesados seguidores-, ni tampoco a condicionamientos de actuación dictados por las ideologías, al menos en su esencia teórica.
También, para desestimar la disquisición académica sobre civilizaciones y culturas, entre quienes afirman que sólo hay una civilización: la humana,
universal, única, y quienes osan denominar civilizaciones a la diversa multiplicidad de culturas regionales -según etnias, lenguas, religiones primitivas o cultas -así,  con su escondida carga de ironía-. Debate alrededor de esa fina precisión semántica que no conduce a nada constructivo, sino apenas a confirmar lo históricamente ya sabido: la constante de todos los imperios ha sido la pretendida misión, con el ropaje de lo divino unas veces y otras desvestidas de esas  engañifas teologales, de imponer a otros pueblos su cultura y así hacerla
universal. Sin importar las matanzas. Mortandades de seres anónimos cuya
putridez infecta las páginas de la historia de la civilización del hombre.

Lo uno y lo otro me llevan de la mano a mostrarme que hay dos civilizaciones, humanas y universales, la del llamado mundo desarrollado -cuyas precisiones abstractas se condensan en las estadísticas frías que publicita la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico- y la otra la del eufemísticamente llamado mundo en desarrollo -que en forma dispersa y prudente documentan y publican la ONU y sus agencias especializadas. En palabras claras y concretas: la civilización de la riqueza y la civilización de la pobreza.

Ese es el verdadero choque de civilizaciones que en el primer siglo del tercer milenio habrá de darse, no a nivel ideológico ni mucho menos teológico y, por fortuna, no en guerras convencionales, ni en las inimaginables formas del terrorismo, ni de las territoriales y ya arcaicas tácticas guerrilleras, sino en forma
gandiana, mediante la pertinaz denuncia pacífica, según la cruda y nuda realidad,

hasta que, a manera de tortura china, gota a gota, abra hueco y logre penetrar en
la temosa testa de los poderosos.

La Alianza de las Civilizaciones, propuesta por España en la Asamblea de las Naciones Unidas de 2004 y acogida tímidamente por cerca de un centenar de países, habida cuenta de las propuestas que la antecedieron y que la justifican, tiene que ser la de propiciar abruptamente, sin tanta burocrática lentitud y sin desgano -comenzando por la de sus propios y provinciales compatriotas-, una toma de conciencia entre quienes detentan el poder de su civilización, a fin de
reorientar sus esfuerzos, políticos y financieros, hoy muy acumulados en la guerra
-las guerras son todas una-, a la eliminación de las causas y los efectos de la pobreza- que también es sólo una- de más de cuatro mil millones de humanos localizados, casi en su totalidad, en el hemisferio sur.

En pocas palabras, cambiar de paradigma -dirían los sociólogos-: de imponer su cultura, su lengua, su democracia, su sistema, a elevar la dignidad del ser humano con todas sus diversidades genéticas y culturales. A eso lo han llamado igualdad que es un término que espanta a los que creen tenerlo todo y nada tienen para los otros, porque ellos no reconocen alteridad alguna. Y, por qué no, comenzando por el instrumento más avanzado de que hoy se dispone, el de los Derechos Humanos que, desde 1948, anda buscando anidarse en el espíritu de los controladores y manejadores del poder en las diferentes latitudes del mundo. Sin quedarse en la cantaleta de que sus propios patrocinadores violan en cuanto sus representantes de uniforme o de paisano caen en la trampa de los impulsos primitivos de la agresividad.

Sí, Haití, país casi sepultado en el olvido por la insolidaridad, que hace unas horas ha resucitado gracias a sus innumerables miles de muertos, ojalá para despertar y concitar conciencias, es un Estado fallido -failed State-, tanto que lo poco que de tal organización se da allí ha estado a costa de la ONU, y la esquiva seguridad se ha confiado a cubierta de los cascos azules, sobre la cabeza de jóvenes militares  de cerca de una veintena de países en misión humanitaria, entre ellos Colombia, Brasil, Estados Unidos, España y Canadá. Además de ser el más pobre de  América y de occidente, es una nación africana -en el prístino sentido que tiene la  palabra nación-, negra, de cuerpo erguido y andar pausado y cadencioso, de carne de fibra larga y resistente, de piel selvática, dura y oscura, de ojos atentos, olfato pronto y primitivo, que vive en el Caribe la misma canícula del trópico durante casi la totalidad del año, que como herencia de sus conquistadores de antaño habla la culta y exquisita lengua francesa, entreverada con el inglés, el español y sus vocablos tribales, que resulta en el sonoro tamborileo patuá, que  viste preferentemente de blanco, el mismo color de las mortajas que hoy cubren miles de cadáveres esparcidos por las calles de Puerto Príncipe, convertidas en  morgue infernal. 
Sí, como decía en un telediario un reportero gráfico que recorre el mundo, capturando con su lente los inmensos contrastes de esta civilización, que realizaba un trabajo en Haití apenas dos meses atrás -antes del terremoto pero después de los desastrosos efectos dejados por los vendales y huracanes de los dos últimos años, añadiduras de la naturaleza sobre la tragedia social de tantos siglos de ignominia-, que había comentado a sus hijos que él sí había conocido y filmado el infierno y ese inferno es Haití. El infierno ya no de la
pobreza, digo yo, sino el de la extrema pobreza, el de la miseria, el del olvido.
Que escena tan distinta a la de los pintores anónimos de los famosos cuadros, naïve como ellos mismos, que dibujan sobre sus lienzos en los que casi siempre
estampan el mercado de sabrosas, coloridas y olorosas frutas tropicales: papayas, aguacates, patillas, bananas, guayabas y granadillas, que en bateas de madera apilan mujeres morenas quienes, sentadas o de pie, exhiben el tallo de su cuello tan recto como el de una flor recién nacida a la luz; de ésos conservo dos, uno aquí en el Mediterráneo, el otro más allá del Atlántico, en altitud andina: Michel, 93,(¿habrá muerto Michel en el terremoto del martes 12 a las cinco menos seis minutos, antes del atardecer?), de colores fuertes y composición piramidal, de formato vertical mediano, regalo de una de mis hijas; Carlos 2007, (que bueno si sigues vivo, admirado y desconocido amigo, me encanta tu forma iluminada de ver) compuesto de espacios construidos en diagonal en los que predomina la luz de las túnicas blancas, suvenir ganado en imaginaria puja en el mercado de Santo Domingo hace justo dos años ante otra marchante ocasional, compañera de la actividad académica que nos congregaba, allá en la orilla de arribo de Colón a América, a representantes de los países hispanoamericanos y a los del Caribe de habla inglesa y castellana, por lo que la Haití francesa no participaba.
Haitianos que llenan la tela con un solo cuadro, sólido, con los productos de su tierra y de sus manos, bien distinto a los cuadros -también de producción popular
y anónima- de los etíopes, antiguos abisinios, en los que trasluce una nostalgia ficticia, de una saudade impuesta por el trono. (Ah! Etiopía, con olor de eucalipto de altiplano, donde la sangre árabe y la negra se funden en carne de magras y felinas formas femeninas y se trasluce en grandes ojos de luz enmarcados de nocturnidad.) Lienzos cuyo espacio segmentan en veinte o más mosaicos regulares para recordar el supuesto origen real del poder divino del último emperador, Haile Selassie, al siglo XIII, a la dinastía iniciada por el hijo del rey Salomón y la reina Saba. El Negus, el mismo que aún reinaba en 1970, de espaldas a las miserias de su pueblo y de su raza, cuando el 24 de julio me recibía en audiencia especial en su Jubilee Palace de Addis Abeba en busca del reconocimiento político de los países africanos al Consejo de Naciones Unidas

para Namibia, órgano especial de la ONU que culminó felizmente su misión
cuando años más tarde se logró la independencia del territorio y su libre
administración por los namibianos. Y la abolición del apartheid gracias a Nelson
Mandela, hito humano de la historia universal, quien demostró, una vez más en la historia contemporánea, como Gandhi en la India, silenciosos tejedores de la verdadera Alianza de las Civilizaciones, que no es necesaria la violencia para derrotar a las ignominias, las violaciones de los derechos fundamentales, las desigualdades, las exclusiones sociales, la dominación del más fuerte. Triunfo del poder de la fe, del espíritu, de la pasión, del amor, sobre el insolidario olvido de que todos somos los mismos y sobre la falta de aceptación de las otredades.
Haití, gracias Haití, por abrirme a una nueva luz que antes me era difusa que me ha permitido intentar comprender, analizar y hasta atreverme a seguir expresando mi opinión sobre la encrucijada en la que nos encontramos al inicio del segundo decenio de este tercer milenio. Y paz en sus tumbas, así sean colectivas, a los miles de anónimos congéneres que este martes 12 dejaron de pertenecer a la civilización de la pobreza e interrumpieron su sueño de supervivencia digna, la que todo ser humano merece.
Valencia, enero 14, 2010
fincolombia@hotmail.com
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Tomado de:
.-
También se encuentra en;
Revista Facultad de Derecho . Ratio Juris. Vol 4. No 9 . 2009. Pág. 175 a 178.
http://www.unaula.edu.co/archivos/ratiojuris9.pdf.
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*Doctorado en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Libre de Colombia, especialista en Ciencias Políticas y Administración de la Educación Superior,  condecorado con la medalla Francisco de Paula Santander, ha recorrido diversos foros universitarios y otros escenarios con importantes contribuciones en materia de política, educación superior, economía, leyes, democracia,
programas de desarrollo e integración en todo el continente americano, parte de Europa y África. Ha tenido estancias en distintas
universidades de Estados Unidos, Colombia y España. El maestro Parra tiene una larga hoja de servicio social: rector de la Universidad de Tolima, Gobernador del Estado de Tolima, embajador colombiano ante varias Asambleas Generales de la ONU en distintas
ocasiones, co-fundador de instituciones de educación superior, recién en el 2004, colaboró en la organización y puesta en marcha
del “Centro Andino de Altos Estudios;, ha participado también en la denominada “Latin American Economical Commission” a través
de la ‘’Red de Transmisión de Conocimiento”. Entre sus publicaciones destacan: “liberalismo, Neoliberalismo, Socialismo “, “Temas
para el análisis de la Educaci6n Superior en Colombia” y “Entre la democracia y la barbarie. Colombia dos siglos en busca de gobernabilidad”. Correspondencia: fincolombia@hofmail.com. Médico Pasante en Servicio Social, Universidad Autónoma de Ciudad
Juárez, Chihuahua, México. Profesor de Patología, Paúl L. Foster School of Medicine, Texas Tech University, El Paso, Texas, EE.UU.


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