Las
vicisitudes de la vida de Marcelo Tenorio bien podrían formar parte de una
novela de Charles Dickens así como de un melodrama de conspiradores de la pluma
de Salvatore Cammarano, el truculento libretista de IlTrovatore. Tenorio es una de las figuras más interesantes e
injustamente olvidadas del período turbulento de la historia de nuestro país
que va de 1810 a 1860.
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Vino
al mundo en Honda hacia 1793. Era hijo único; a los nueve años de edad quedó
huérfano de padre. El señor Francisco de Mesa y Armero, que se constituyó en su
protector, lo llevó a estudiar junto con sus propios hijos a Santafé, en el
Colegio de Nuestra Señora del Rosario, donde presentó exámenes de admisión en
octubre de 1808. Seguramente el joven Tenorio nunca imaginó que dos decenios
más tarde residiría a la vuelta de la esquina, a cosa de una cuadra de la
laboriosa portada del colegio, compartiendo la vivienda del general más
distinguido de la Nueva Granada. Sin embargo, su madre, temerosa de que el
joven se decantara por la carrera de las armas, no le permitió terminar sus
estudios en la capital. Y así, en 1814, con escasos veintiún años, ejercía de
primer regidor del cabildo de Honda.
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Desde
la edad de diez y nueve años era ya “uno de los más ardientes republicanos” y
desempeñó, entre otros, el cargo de juez del Tribunal de Vigilancia de la
provincia de Mariquita, uno de los tribunales más odiados y temidos por los
realistas, que podía juzgar y sentenciar sin apelación a los enemigos de la
república, llegando a aplicar incluso la pena capital. Buena parte de estos
jueces perdieron la vida durante la depuración de Pablo Morillo, o bien fueron
llevados a prisión o desterrados, cuando no a prestar servicio de soldados
rasos en las filas realistas.
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Según
Américo Carnicelli, que califica a Tenorio, tal vez injustamente, de “demagogo
de menor cuantía”, en julio de 1815 éste contrajo matrimonio en la ciudad de
Honda, si bien no revela el nombre de su mujer. A raíz de la reconquista
española, temeroso de ser encerrado en un calabozo, Tenorio emigró de Honda al
Cauca con la intención de embarcarse en algún puerto del Pacífico, pero como
toda la costa del sur estaba ocupada por los enemigos, tornó al puerto sobre el
Magdalena y de allí pasó a Santafé con el ánimo de presentarse ante el Pacificador Morillo en persona, quien lo
absolvió de sus comprometimientos.
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Luego
de una nueva acusación, esta vez ante el virrey Juan Sámano, y de una nueva
absolución, determinó salir de Honda, mientras pasaba la tormenta, con un
pequeño capital para buscar su subsistencia y la de su familia en la provincia
de Antioquia, donde era menos conocido. Se radicó en Rionegro, donde no alcanzó
a conocer a don Crisanto de Córdova, ya que —debido a los rumores que habían
corrido sobre el relevo de su cargo del gobernador realista Vicente Sánchez
Lima y sobre las supuestas instrucciones atroces que traía su sucesor, el
teniente coronel Sebastián Díaz—, éste había emigrado con sus dos hijos
varones, Salvador y Vicente. Por aquellas calendas, el joven José María se
hallaba en los llanos de Venezuela, poniendo en práctica lo aprendido en la
Escuela de Ingenieros Militares de Medellín y curtiéndose en las artes de la
guerra.
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Una
noche entre las noches, el gobernador Carlos Tolrá hizo llamar a Tenorio para
desterrarlo de la provincia en el término de dos horas, no sin antes amenazarlo
con la prisión y el patíbulo. De nada le valió la intercesión de varias
personas influyentes, algunas emparentadas con doña Juliana Rendón, la mujer
del gobernador. Pese a la orden perentoria y al carácter despótico de Tolrá,
Tenorio permaneció aquella noche en Rionegro reuniendo sus escasas pertenencias
para emprender viaje.
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Llegó
a Honda el martes 10 de agosto de 1819, y tres días más tarde, el viernes 13,
cruzó el Magdalena la retaguardia del ejército libertador, a órdenes del
general José Antonio Anzoátegui. “Un joven héroe [José María Córdova], digno
heredero del genio y del valor de Girardot y de Mejía, fue el encargado de enarbolar
en el país de su nacimiento el estandarte de la libertad, a la cabeza de cien
hombres escogidos”. Deseoso de recuperar sus intereses, Tenorio quiso volver a
Rionegro en compañía de Córdova, con quien lo unía “la más íntima amistad” (es
posible que se hubieran conocido en Quilichao o Popayán cuatro años antes,
cuando Tenorio había intentado huir por un puerto del Pacífico y Córdova
acababa de medir las armas a orillas del río Palo), pero el general Anzoátegui
le negó el pasaporte porque tenía destinado al joven comerciante para un alto
cargo: poco antes de volver a Santafé lo nombró gobernador y comandante general
de la provincia de Mariquita, pero Tenorio solo aceptó el cargo de gobernador
civil, el cual ejerció durante siete meses.
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Al
dejar su cargo en 1820, se puso a trabajar en Bogotá para don Ignacio Camacho,
tío político suyo y oriundo también de Honda. Durante ocho años, tiempo que
duró la ausencia de Camacho, Tenorio alternaba sus actividades detrás del
mostrador del establecimiento de comercio de su pariente en la Calle Real,
donde desplegaba géneros de seda bajo la vara de medir y abría guacales de
porcelanas de ultramar, con la administración de cuatro haciendas que poseía el
señor Camacho en la sabana. Pero éste se llenó de deudas y quebró, y cuando
Tenorio esperaba una indemnización por todos sus años de trabajo, se vio, como
su pariente, arrastrado a la ruina.
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Poco
tiempo después de haberse instalado en la capital ingresó a la Logia
Fraternidad Bogotana No. 1, en la que fue ascendido en 1825 al grado 32.
Republicano ferviente y gran amigo
de Santander, formó parte del círculo de
conspiradores que participaron en la conjuración del 25 de septiembre de 1828
contra la dictadura de Bolívar, si bien esa noche no se contó entre el número
de los exaltados que allanaron el Palacio. Por aquel entonces vivía en la Calle
de la Portería con el general Córdova, los dos edecanes de éste (el capitán
Francisco Giraldo y el teniente Antonio Fominaya), sus cinco asistentes y un
pariente lejano de Córdova, Joaquín Escobar, oriundo de Rionegro.[2]
Una vivienda que era prácticamente un cuartel no era el lugar más apropiado
para criar una familia. ¿Dónde se encontraban entonces la mujer y los hijos de
Tenorio? Sus referencias a ese período son vagas y escasas y no permiten hacer
deducciones concluyentes. Llevado a la ruina por el descalabro económico de don
Ignacio, muy probablemente Tenorio se habrá visto obligado a enviar a su
familia de vuelta a Honda, tal vez a la casa de sus suegros, y a pedir la
hospitalidad de Córdova, su viejo amigo y hermano masón, en espera de que la
Fortuna diera un giro y volviera a sonreírle. (No obstante, en cinco ocasiones
dice Tenorio “mi casa” en contextos que no dejan lugar a dudas, en cuyo caso
habría sido él quien diera alojamiento a Córdova y su escolta. Sea como fuere,
la familia de Tenorio seguiría en el limbo.) La Fortuna, en efecto, dio un
nuevo giro, pero no precisamente para favorecer al desdichado comerciante
hondeño.
Un
año más tarde, en 1829, Tenorio sembraba vientos de conspiración, pues se había
constituido en corifeo del movimiento rebelde cordovista en Bogotá —una ciudad
que, tal como lo registró el diplomático norteamericano Rensselaer van
Rensselaer en sus Cartas desde la Nueva Granada, se había convertido en
hervidero de intrigas, ya que los paniaguados de la dictadura, llamados serviles por sus opositores, tejían sus
redes en la sombra, con el respaldo furtivo de importantes figuras del cuerpo
diplomático, para promover la coronación de “Simón I”, en tanto que los liberales
tendían sus propias redes para impedirlo—. Su hermano masón, el general Pedro
Alcántara Herrán, lo invitó con engaños a dar un paseo cerca de la Plaza Mayor,
y al llegar al cuartel de milicias hizo que el oficial de guardia lo prendiera
y lo confinara, incomunicado, en un cuarto donde fue sometido a interrogatorio
por el coronel Silverio Abondano, jefe del estado mayor departamental. Después
fue trasladado al cuartel de San Agustín, donde estaban acuartelados los 700
hombres que formaban la Columna de Occidente, encargada de pasar a la provincia
de Antioquia para dar un escarmiento a Córdova. Como dato curioso, el encargado
de levantar el acta fue Carmelo Fernández, joven de diez y nueve años, hijo de
una hermana del general Páez y más tarde acuarelista notable de la Comisión
Corográfica, el cual dejaría una apasionante crónica de las penalidades y
privaciones que pasaron las tropas del gobierno en los días anteriores al
malhadado combate de El Santuario, donde sería inmolado el general Córdova.
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El
gobierno del general Urdaneta condenó a Tenorio a prisión en una cárcel de
Venezuela, en una ciudad que el interesado no nombró. De paso por Tunja, donde
mandaba el general Perú de Lacroix como comandante general y prefecto de aquel
departamento, y el general Pedro Mares era comandante militar de la provincia,
ambos masones le brindaron un trato digno y considerado a su hermano caído en
desgracia. Luego de cuatro meses de permanencia en Venezuela, fue trasladado a
la cárcel de Honda en enero de 1830. Sus memorias terminan en forma abrupta
como si el manuscrito original estuviera incompleto, bien porque el autor no
hubiera alcanzado a concluirlo, o bien porque las páginas faltantes hubieran
desaparecido por cualquier motivo. Por cierto, pese a la declaración inicial
del autor sobre lo que para él significa el ser faccioso, el título de su
crónica no cuadra con la materia tratada. Y aun cuando en principio parece una
autobiografía, una lectura atenta muestra que los datos personales de Tenorio
figuran en segundo plano, algunos incluso en las notas al pie. En realidad, con
el pretexto de escribir una confesión o unas memorias, lo que el autor hizo al
fin fue una vindicación de la memoria del general José María Córdova (“mi
mejor y más querido amigo”),
a quien lo unían la devoción y la gratitud más allá de la tumba y del
tiempo.
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Después
de muchos sufrimientos, Tenorio salió de la cárcel de Honda el 21 de febrero de
1831. Un decenio más tarde, debido a su papel en la revolución de la provincia
de Mariquita en 1841 (revolución que formó parte de la llamada Guerra de los
Supremos) y en la subsiguiente defección del coronel José María Vezga, Tenorio
fue desterrado a Santa Marta, donde pasó tales penurias que el general Joaquín
Posada Gutiérrez, que lo conocía desde los tiempos en que el ilustre militar
cartagenero se había desempeñado de gobernador de Mariquita, se condolió de su
suerte, lo protegió, le dio de su mesa y lo socorrió. Para abril de 1855,
Tenorio era administrador principal de correos en Honda.
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Tenorio,
“hombre de talento e instrucción, de grande imaginación y de genio satírico y
gracioso, fue por mucho tiempo el ornato de varios círculos de la sociedad
bogotana”, según un diario que obraba en poder del historiador Eduardo Posada.
Éste dio a la imprenta algunos escritos de Marcelo Tenorio, tres de ellos en su
Biografía de José María Córdova (documentos números 133, 144 y 165), y
la Confesión de un viejo faccioso arrepentido en el Boletín de Historia
y Antigüedades. Tales documentos no solo revelan la historia menuda vista por
un contemporáneo de los hechos, sino el carácter probo de un cronista que fue a
la vez protagonista y testigo.
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Después
de una larga y dolorosa enfermedad y de la grande miseria y sufrimientos en que pasó sus últimos días,
asistido por su hija Cecilia, dejó de existir en Bogotá el domingo 8 de
diciembre de 1861. Sus exequias tuvieron lugar al día siguiente en la iglesia
de San Francisco, costeadas por sus cofrades del Compás y la Escuadra.
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.Ex Secretario General
Academia Antioqueña de Historia
(El administrador del blog Centro de Historia de Honda, informa: "Los derechos de autor y el depositario legal de la presente investigación es del Señor Don Humberto Barrera Orrego, quien no esta ligado contractualmente con el Centro de Historia de Honda, ni es miembro de dicho Centro, el CHH, previo permiso del autor publica dicho texto por ser fuente de información histórica de gran interés para los estudioso de la historia de Honda, el Tolima y Colombia, por lo que cualquier persona, investigador o entidad debe comunicarse con el autor al siguiente correo electrónico; humbarrera@hotmail.com )
Fuentes:
Carnicelli, Américo. La masonería en la independencia de América. (Bogotá: s. p. d. i.,
1970).
Fernández, Carmelo. Memorias (Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1973).
Moreno de Ángel, Pilar. José María Córdova (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1979).
Posada Gutiérrez, Joaquín. Memorias histórico-políticas (Medellín: Editorial Bedout, 1971).
Posada, Eduardo. Biografía
de Córdova (Bogotá: Biblioteca del Banco Popular, 1974).
Van Rensselaer, Rensselaer. Cartas desde la Nueva Granada (Medellín: Fondo Editorial Eafit,
2010).
Restrepo Sáenz, José María. Gobernadores de Antioquia (Bogotá: Editorial Lumen Christi, 1970,
II).
Tenorio, Marcelo. Confesión de un viejo faccioso
arrepentido. Boletín de Historia y Antigüedades, números 41 a 43, 1906 y
1907.
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[1] El autor desea dejar constancia de
su agradecimiento a la señora Luz Marina Rodríguez, Secretaria de la
Cancillería de la Arquidiócesis de Ibagué, por su búsqueda en el Archivo
Arquidiocesano, aunque infructuosa, de las partidas de bautismo y matrimonio de
Marcelo Tenorio en los antiguos libros parroquiales de Nuestra Señora del
Rosario y Nuestra Señora del Carmen, de Honda, y de San Sebastián de Mariquita,
Tolima.
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[2]La casona, que entonces quedaba
hacia la mitad de la cuadra en la acera opuesta a la puerta falsa del Colegio
del Rosario, en la Calle de la Portería, ya no existe. Fue demolida para darle
lugar a una plazoleta erigida en honor de Jiménez de Quesada.
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