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miércoles, 2 de octubre de 2019

María Matamba, una de las "Cinco deudas de Colombia con su memoria negra" Por Javier Ortiz Cassiani

María Matamba
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Cinco deudas de Colombia con su memoria negra

 2/23/2017 3:27:00 PM


Compartimos esta lista elaborada por el historiador cartagenero Javier Ortiz Cassiani, quien acaba de publicar ‘El incómodo color de la memoria’, un libro de columnas y crónicas sobre la historia negra del país.
Ana María Matamba y la lucha por la memoria
Su apellido la trasportaba a un reino africano al sureste del reino del Congo y al este del reino del Ndongo, cerca del moderno Angola, donde seguramente sus ancestros tenían enterrado el ombligo. Había nacido en 1720 en la hacienda Periquitos en la jurisdicción de la Villa de Honda, para los tiempos en que la corona española discutía sobre la necesidad de crear el Virreinato de la Nueva Granada ante el contrabando practicado con absoluto descaro, y la falta de control sobre las gentes y el territorio. El historiador Rafael Díaz, ha dicho que cuando nació, su madre era esclava de la hacienda, pero su padre, un esclavizado bozal, ya había sido vendido por Justo Layos –comerciante y terrateniente español propietario de la hacienda–, a un tratante de Popayán. Nunca más se supo de él. Allí creció Ana María Matamba, con la licencia que daba vivir en las cercanías del puerto de Honda escuchando los rumores de cimarronaje y liberación que traían los bogas que navegaban las aguas del río Magdalena. En la rueda del fandango y cantando bundes, junto a negros, zambos y mulatos, esclavos y libres, conoció la libertad en medio de la esclavitud y al padre de sus dos hijas. Cuando su madre murió sería manumitida por su amo, pero después de un tiempo tuvo el coraje de demandarlo por haberle incumplido con los bienes que se comprometió a entregarle a ella y a sus hijas con el otorgamiento de la libertad. Ana María sabía firmar. Rubricaba los memoriales del pleito con su apellido angoleño: Matamba. Los jueces y los escribanos la corregían, e insistían en ponerle el apellido de su antiguo propietario: Layos. Ella volvía a escribir Matamba, como una forma de acudir a la memoria de sus ancestros para ratificar su condición de sujeto de derecho y no como alguien que debía su existencia sólo a los caprichos del otro. Murió a los 90 años, cuando la libertad que ella había aprendido a entender en el fandango y corriendo en los potreros de una hacienda en la Villa de Honda, comenzaba a convertirse en la agenda política de los suyos.
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