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sábado, 12 de junio de 2021

Una antigua botica cuenta la historia de Honda por Jorge Melendez EL TIEMPO


Empezó en 1906. Estaba en total abandono, pero un arquitecto la compró y ahora es un museo

Casi al final de una estrecha calle rodeada de edificaciones de piedra en la que abundan las veraneras rosadas está un pequeño local cuyas paredes están pintadas de verde y los marcos de sus puertas y ventanas, de rojo, encima de las cuales hay un letrero en el que se puede leer Farmacia Nueva Arturo Cerón.

Generalmente está cerrada y muy pocos saben el verdadero tesoro que esconde en su interior. Son las huellas de la historia de Honda, Tolima, de los días en los que los barcos de vapor llegaban hasta el puerto de Caracolí. En ese momento, esa ciudad, de un clima bastante cálido a orillas del río Magdalena, era casi la única puerta de entrada al interior del país.

La Farmacia Nueva comenzó a funcionar en 1906, cuando la pujante Honda estaba en el mapa de nacionales y extranjeros. Eran los días en los que los barcos de vapor llegaban desde la costa Caribe llenos de mercancías, en su mayoría europeas, y de personas que iban rumbo a Bogotá.

No en vano se puede considerar como la farmacia más vieja que existe en Colombia.

En ese momento, Arturo Cerón F. se convirtió en un personaje clave de este puerto sobre el Magdalena. Era la época en la que los médicos no abundaban y la gente iba a donde el boticario, quien le recetaba remedios, muchos de ellos preparados en el lugar.

Tiberio Murcia Godoy, un historiador local, recordó que en esa botica se preparaban algunas pomadas que en su momento era casi obligatorio tener, como la Crede.

Era un ungüento que se preparaba con 15 gramos de colargol, 35 gramos de lanolina y 50 gramos de grasa de vaselina. Al triturar estos componentes en un mortero se elaboraba la pomada Crede. Era básicamente para mantener la estructura de la piel.

A comienzos del siglo XX, no había carretera desde Honda hasta la capital del país, y el camino a pie o a lomo de mula hasta Bogotá no era sencillo. Eran varios días en los que algunas zonas del cuerpo llevaban la peor parte en el trajín de esa ruta que se realizaba loma arriba.

Por eso, en esta vieja farmacia abundan todavía los morteros, los frascos de cristal, las pipetas y todos los elementos necesarios para la fabricación de los medicamentos y las pomadas.

El punto es que esta no era una droguería como las conocemos hoy en día. No, esta era muy diferente pues la mayoría de la gente llegaba a preguntar, o mejor, a consultar por algún mal y allí le preparaban el remedio, menjurje, jarabe, pomada o ungüento. En algunos casos había que volver días después a reclamarlos.

En aquella época, muchas personas que venían desde la costa Caribe llegaban a Honda, luego de un viaje de varias semanas, enfermas, principalmente por la malaria o el dengue.

“Una buena parte de lo que encontramos son sulfatos de quinina, con lo que se preparaban remedios para la malaria”, contó Gregorio Sokoloff, el actual dueño.
Arturo Cerón estuvo al frente de la botica hasta mediados de los sesentas, cuando asumió el control su hijo Manuel Arturo, quien también tenía amplios conocimientos en la elaboración de medicamentos.

Pero tras la avalancha del nevado del Ruiz y la llegada de droguerías a la ‘ciudad de los puentes’, el negocio comenzó a enredarse hasta que fue necesario cerrarlo.

Durante más de 10 años, esta botica estuvo totalmente abandonada. Sus puertas permanecieron cerradas con todos los elementos químicos y hasta los secretos médicos que allí había. Se mantuvo oculta con sus vitrinas de madera, que pueden contar parte de la historia de Honda y de los viajeros que por allí pasaron. Los que venían desde el Caribe y los que iban para allá.

Fue hasta el año 2005 cuando Gregorio Sokoloff, hijo de un ilustre arquitecto de ascendencia rusa, decidió comprar la botica de los Cerón, con todo lo que tenía.
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