En medio de un gremio de charlatanes, el arribo del médico del virrey a la Nueva Granada traería novedades en el arte de curar y sobre todo, permitiría formar a los doctores en medicina de la generación de la Independencia.
José Celestino Mutis aseguraba que algunos efectos de la naturaleza eran explicados por los granadinos como si fueran delirios de locos.
La llegada de José Celestino Mutis a la bahía de Cartagena hace 250 años, el 29 de octubre de 1760, no pasó desapercibida. En medio del alboroto que significó la llegada del nuevo virrey en La Castilla, producto de los fastos que correspondían a la máxima autoridad monárquica en los países de ultramar, corrió la noticia de la ilustre comitiva que lo acompañaba. Entre éstos, la presencia del médico del virrey, don José Celestino Mutis y Bosio fue, con seguridad, de gran interés para la élite local.
A pesar de ser la ciudad con la mejor tradición en el Nuevo Reino de médicos que traían al puerto los avances de otras tierras, Mutis era el último en llegar, lo cual presuponía, teniendo en cuenta su jerarquía, el arribo de novedades en el arte de curar.
En una ciudad americana prestigiosa para la época, con cerca de 30.000 habitantes —cuando Mompox contaba con cerca de 7.000 y el Nuevo Reino con algo más de 300.000 habitantes censados—, era natural que los médicos inmigrantes encontraran un destino conveniente en su periplo.
La construcción de hospitales y la eventual disponibilidad de cargos oficiales para personas de jerarquía social, como podían serlo los europeos con estudios, atrajeron a Cartagena un grupo reducido de galenos provenientes principalmente de los reinos de Francia. Esta tradición continuaría al menos hasta el primer tercio del siglo XIX, cuando otro reconocido médico francés, Alexandre P. Révérend, atendería en su lecho de muerte al libertador Simón Bolívar en su retiro de San Pedro Alejandrino, la hacienda del gaditano Joaquín de Mier en cercanías de Santa Marta.
Sin embargo, unos pocos médicos franceses, en el concierto de decenas de charlatanes, no daban abasto para la villa de Cartagena y sus alrededores. Para colmo, algunos de los mismos franceses fueron controvertidos frente a las autoridades. De hecho, el propio Mutis comentaba en una de sus misivas posteriores desde Santafé:
“Si hubiera de ir notando las ideas extravagantes de los hombres del país, me faltaría tiempo para ejecutarlo. Parece increíble que en nuestros tiempos pueda haber país en donde sus individuos piensan tan erradamente. Yo, en tales ocasiones, no hallo otro recurso que tomar sino el silencio, por no exponerme a unas contradicciones insoportables. No hay duda de que caigo en el otro extremo de consentir en tales extravagancias. No es el medio más favorable para mi opinión, pero desde luego es el más oportuno, atendidas todas las circunstancias.
“Oír contar a estas gentes algunos efectos de la naturaleza es pasar el tiempo oyendo delirar a unos locos. ¡Qué de virtudes en las yerbas! ¡Qué de curaciones practicadas por los idiotas! ¡Qué de preservaciones contra algunas injurias de ciertos animales! Pero tómese uno la pena de ir averiguando con sana crítica semejantes ponderaciones. Nada se halla semejante a lo referido; y si en el fondo hay algo, se encuentra seguramente tan desfigurado que en poco concuerda con lo que se dice. ¡Puede haber mayor quebranto en las conversaciones de las gentes! Que esto sucediera entre viejos ignorantes, o entre hombres nada instruidos, no causaría mucha admiración. Pero que las mismas relaciones oiga un viajero en boca del vulgo, que en la de los que se tienen por más racionales en el pueblo, para esto no hay consuelo.
“Instrúyase vuesamerced en el modo de pensar de estas gentes, y dé gracias al cielo de no hallarse en un país donde la racionalidad va tan escasa, que corre peligro cualquiera entendimiento bien alumbrado (…)”.
Cuarenta años después de su llegada, ya bien instalado Mutis en Santafé, lograría cambiarle el curso a la medicina nacional gracias a los planes de estudio que propuso y que llegaron a formar a los médicos de la generación de la Independencia.
Ahora bien, además de verificar la nueva presencia de un facultativo de renombre, pasó desapercibida la llegada de otro agente, encubierto hasta el momento en la misma persona del médico virreinal. Este agente, que podríamos considerar en palabras de hoy como su alter ego, era el segundo Mutis entre los varios que él llegaría a representar a todo lo largo de su polifacética vida, a través de la cual infiltraría a la nación en gestación con el germen del positivismo científico. Un germen que para unos sería el motor del desarrollo de nuestra sociedad y para otros la condena de antiguas tradiciones amerindias.
En medio de la polaridad de estas dos interpretaciones extremas, creemos, se halla la verdad: Mutis fue, en un momento crítico para la intelligentsia neogranadina —determinado por la expulsión de los jesuitas apenas siete años después de su llegada a Cartagena—, el eje del desarrollo de la autopercepción y el alumbramiento del valor de las ideas en los territorios que llamamos hoy Colombia.
Gracias a Mutis y a su posterior escuela de la Expedición Botánica, una inmensa minoría lograría promover la gesta independentista, tanto desde el punto de vista político y social, como desde el punto de vista intelectual.
* PhD. Profesor titular Instituto de Genética Humana Facultad de Medicina / Pontificia Universidad Javeriana
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