Simón Bolívar escuchó la obra ‘La Libertadora’ en su lecho de enfermo y fue interpretada también durante su funeral.
Vale la pena en estos días en que se conmemora el Bicentenario de la Independencia que se diga algo sobre lo que pasaba en la música en esos días. Lo cierto es que la Independencia trajo una disminución lastimosa de la vida musical colombiana. No es que antes hubiera mucha, pero como estaba el fabuloso archivo musical de la Catedral, donde existían obras maestras de la música universal, antes por lo menos ellas podían oírse.
Con la Independencia hubo un lapso estéril, donde poco pasaba. Cuando más, como lo dice el general Manuel Antonio López en sus Recuerdos de la guerra de la Independencia, los batallones a medida que combatían y avanzaban, celebraban sus triunfos con bambucos tocados modestamente (como dice el relator) por cornetas, cornetines, pitos y tambores. Pero de esa época son una serie de obras que fueron recogidas por el inolvidable doctor Piñeros Corpas, y que figuran con honor en el catálogo de la música colombiana. Una de ellas es la famosa contradanza La vencedora, que fue tocada en la Batalla de Boyacá. La otra es La Libertadora, estrenada para la entrada del Libertador a Bogotá y que dicen que fue tocada en los funerales de Bolívar, junto con una Marcha fúnebre de Francisco Seyes, creada para la ocasión. La Gaceta de Colombia da cuenta de un concierto dirigido por Juan Antonio Velasco, donde se tocaron oberturas de Rossini (arregladas para la mínima orquesta de veinte maestros con que se contaba), entre ellas la de Tancredo. Como esta ópera fue estrenada en 1813, es admirable lo al día que estaban nuestros pocos músicos sobre lo nuevo que había en Europa.
El padre Perdomo Escobar, en su historia de la música colombiana, menciona que tanto Nariño como Santander eran muy aficionados a la música, que éste tocaba guitarra e incluso ayudó a componer con José Feliz Merizalde unas coplas para burlarse de los ejércitos españoles adictos al rey Fernando. Un ejemplo de ellas es “Ya salen las emigradas/ ya salen todas llorando/ detrás de la triste tropa/ de su adorado Fernando”. Igualmente, se cita al prócer García Rovira, quien tocaba sonatas de Haydn en el clavicémbalo.
Claro que ese desierto musical que trajo consigo la lucha emancipadora no podía durar y de hecho podría decirse que despertó un amor por la música que antes no existía porque las celebraciones litúrgicas no permitían la manifestación de músicas profanas. Poco a poco se fueron formando sociedades líricas, donde los santafereños y las santafereñas mostraban sus habilidades artísticas con la interpretación de arias y dúos de ópera, así como piezas varias para violín y piano. Ellos mismos formaban orquestas que aunque no muy grandes (parece que el promedio de ejecutantes era de poco más de veinte) lograron el milagro de presentar en esa ciudad recién independizada obras de Mozart, de Haydn y hasta de Beethoven.
Claro que lo anterior se refiere a la música culta. El pueblo, sin embargo, se manifestaba con cantidad de aires populares como el bambuco, ya que el pasillo lo dejaban para las clases altas y los cronistas cuentan (con cierto dejo de desaprobación) las juergas que al son de la música y ayudados por la chicha hacían los trabajadores y obreros de la capital. Es una lástima que no haya quedado noticia de qué era lo que tanto cantaban y bailaban esos primitivos bogotanos.
Manuel Drezner Elespectador.com
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